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El nervio de la dificultad consiste en que aparecen en nuestro interior algunos fenómenos sin el curso de nuestra voluntad, y á veces á pesar de ella; mas esto solo nos conduce á inferir que hay en nuestra alma funciones independientes del libre albedrío, sin obligarnos á creer que estas funciones no sean activas. Con esta observacion se desvanece la dificultad.

«Nada; me lo puedes creer». «¿Ese alma de Dios te da todo lo que necesitas?». «Todo; me lo puedes creer». «Quiero regalarte un vestido». «No me lo pondré». «Y un sombrero». «Lo convertiré en espuerta». «¿Has hecho voto de pobreza?». «Yo no he hecho voto de nada. Te quiero porque te quiero, y no más».

¿Ha encadenado la Prensa y puesto una mordaza al pensamiento para que no discuta los intereses de la patria, para que no se ilustre e instruya, para que no revele los crímenes horrendos que ha cometido y que nadie quiere creer a fuerza de ser espantosos e inauditos? ¡Insensato! ¿Qué es lo que has hecho?

Empezóse a ofrecer a Satanás; dejó caer las alforjas; llegóse a él el estudiante, y dijo: ¡Arriedro vayas, cata la cruz! Otro abrió un breviario; hiciéronle creer que estaba endemoniado, hasta que él mismo dijo lo que era, y pidió que le dejasen enjaguar la boca con un poco de vino, que él traía bota.

No cabe duda alguna de que es vuestra propia sangre, puesta en circulación por vuestro corazón, bajo la acción del cerebro, la que afluye a vuestra nariz; y, sin embargo, tentado estoy de creer que ese imbécil de auvernés no es extraño a estos sucesos.

Las personas más hechas a la vida ilegal sienten en ocasiones vivo anhelo de ponerse bajo la ley por poco tiempo. La ley las tienta como puede tentar el capricho. Cuando Juan se hallaba en esta situación, llegaba hasta desear permanecer en ella; aún más, llegaba a creer que seguiría.

Sólo Sancho Panza pensaba que cuanto su amo decía era verdad, sabiendo él quién era y habiéndole conocido desde su nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado jamás a su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso.

Quería llegar hasta el santuario del único ídolo en que siempre había de creer, porque era el solo a que no podía tocar. Eran más de las diez de la noche, y los duques, que se habían marchado con su hija a la ópera, no volverían probablemente hasta muy tarde.

No; yo no me burlo de la fe dijo Aresti. El hombre es naturalmente cobarde ante el dolor, ante un peligro que supera á sus fuerzas; basta que se considere perdido para creer y esperar en lo maravilloso.

Y él respondió: Qué feliz es usted de creer todavía en los libros, en las frases, y de encariñarse con todos esos juguetes inútiles que sirven de pasatiempo a los desocupados!... Y añadió: Sólo el poder es verdadero.