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Creen algunos que los grandes talentos y el mucho saber, propenden de suyo al mal; esto es una especie de blasfemia contra la bondad del Criador. ¿La virtud necesita acaso las tinieblas? Los conocimientos y las virtudes de la criatura, ¿no emanan acaso de un mismo origen, del piélago de luz y santidad, que es Dios?

Le tienen palacio, y sale a la calle entre hileras de sacerdotes, y le dan las yerbas más finas y el mejor arrak, y el palacio se lo tienen pintado como un bosque, para que no sufra tanto de su prisión, y cuando el rey lo va a ver es fiesta en el país, porque creen que el elefante es dios mismo, que va decir al rey el buen modo de gobernar.

Hablo con mis compañeros: unos me aconsejan que disfrute de la vida, y me ría de la gente; otros creen que saben algo, y se descarrian en sus desatinos; y todo aumenta la angustia que padezco. Muchas veces estoy á pique de desesperarme, contemplando que al cabo de todas mis investigaciones no ni de donde vengo, ni qué soy, ni adonde iré, ni qué he de ser.

Vamos, don Santos, vamos a casa... Te digo que no tengo casa... déjame... hoy tengo que hacer aquí... Vete, vete ... Es un secreto... ellos creen... que no se sabe... pero yo lo ... yo les espío... yo les oigo.... Vete... no me preguntes... vete.... Pero no hay que alborotar, don Santos; porque ya se han quejado de usted los vecinos... y yo... qué quiere usted....

Pues tráete una docena, los llevamos y decimos que esas son las moñas que se les ponen a los toros cuando salen a la plaza, brrrr... reventando al mundo entero con aquellos cuernos tan afilados... Y se lo creen... Si conoceré yo a mi gente».

La historia será un acaso horrible, un fatalismo ciego y cruel, un pandemonium, como la denominan los escépticos, los ateos del hombre y de Dios. Dicen bien esos desdichados. La historia es un pandemonium para los que no creen en la providencia y en la humanidad, como la razon es un delirio para el loco, como la ciencia es una algarabia para el ignorante, como la luz es una tiniebla para el ciego.

Acerca del último fin y eterna bienaventuranza, tienen estos ciegos idólatras muchos errores. Creen la inmortalidad de las almas, á quien llaman Oquipau, y que han de vivir y gozarse eternamente en el cielo, á donde las llevan sus sacerdotes. Cuando alguno muere le celebran sus exequias, más ó menos, según su esfera.

«Está bien pensó ; que se vayan todos, que me dejen solo. ¡Si creen que con eso van á hacerme desistir de que cumpla mi voluntad!...» Después reanudó su paseo. Sólo le quedaban unas horas para verse enfrente de aquel joven tan aborrecido por él. Lo iba á suprimir con frialdad, para que no continuase siendo un estorbo; lo mataría, estaba seguro de ello.

Guiñaba los ojos y acompañaba este gesto con un ademán obsceno para indicar que eran algo más que «alegres» las tales cosas. A continuó me interesan las bromas que se permitían los antiguos; no hay una que se me escape. Venga usted, tío, y se divertirá un rato. Usted, como todos los que creen conocer la catedral, habrá pasado muchas veces junto a esas cosas sin verlas.

«Mi vida escribía la Déjazet á cierto adorador que la invitaba á publicar sus «Memorias», es mucho más sencilla de lo que creen, y no ofrecería nada de muy interesante, pues ni tengo bastantes vicios para atraer la curiosidad, ni tampoco las virtudes necesarias para aspirar á ser admirada».