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Era el dueño y huésped de los que creen en Dios por cortesía o sobre falso; moriscos los llaman en el pueblo, que hay muy grande cosecha desta gente y de la que tiene sobradas narices y sólo les faltan para oler tocino; digo esto, confesando la mucha nobleza que hay entre la gente principal, que cierto es mucha.

La otra tarde le decía en el claustro a un capellán de la capilla de los Reyes: «Esos capitancitos profesores de la Academia creen que en punto a mujeres se comen lo mejor de Toledo; pero donde está la Iglesia, ¡boca abajo los seglares...!»

Allí creen las mujeres que, sobre las prendas que en el suelo natal debieron a la naturaleza, van a adquirir otras prendas artísticas y en cierto modo sobrenaturales, con las cuales, cuando vuelvan a su tierra, pasmarán a sus compatriotas, matando de amor a los hombres y de envidia a las mujeres.

Estos hombres hablan siempre al oído: contraen la costumbre de suponerse espiados por las grandes cosas que creen decir; de resultas, si le encuentran a usted, le dirán al oído muy secretamente: «Buenos días; beso a usted la mano

Son muchos los que creen que no ha habido jamás tal marido. Yo no me atrevo á decir si es verdad ó mentira; pero puedo afirmar que en casa de esta gran dama rusa nunca he visto á ningún personaje de dicho país. Hizo una pausa como para tomar fuerzas, y añadió con energía: A me han dicho gentes de allá, indudablemente bien enteradas, que no es rusa. Eso nadie lo cree.

Lo extraño y vago del espectáculo, la emoción que sobrecoje el alma, le hacen creer á uno que le han conducido á lugar sagrado. Tres veces, mil veces benditos se creen los peregrinos indios que, después de haber llegado á las fuentes del Ganges, se atreven aún á penetrar bajo la tenebrosa bóveda de donde brota el río santo.

Únicamente él pudo detenerlo, arrebatándole el arma. ¡Ese pedigrée sinvergüenza! vociferaba el viejo con la boca lívida, agitándose entre los brazos de su yerno . Todos los muertos de hambre creen que no hay mas que llegar á esta casa para llevarse mis hijas y mis pesos... ¡Suéltame te digo! ¡Suéltame para que lo mate! Y con el deseo de verse libre, daba sus excusas á Desnoyers.

El círculo de lectores se va ensanchando: este es un excelente síntoma; la Prensa, machete en mano, abre sendas claras y ventiladas en el bosque enmarañado de nuestra ignorancia secular. Ella abre el camino; el convoy viene detrás. Es un error el de los que creen que la Prensa absorbe por completo y para siempre la parte de inteligencia activa con detrimento del más hondo y apacible saber.

La casualidad favorable es el Dios de todos los hombres que siguen sus propias impulsiones, en lugar de obedecer una ley en la cual no creen. Si un hombre distinguido de nuestra época consigue una posición que tiene vergüenza de hacer conocer, su espíritu buscará todas las salidas imaginables capaz de librarlo de los resultados que esa posición deja prever.