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Gozaba en paz de su nueva fortuna y no se preocupaba de reanudar las costumbres incómodas que el mundo impone a sus esclavos; una pereza invencible le encadenaba a los placeres fáciles que no exigen ningún esfuerzo de decencia o de inteligencia. Pretendía, pues, que se encontraba bien, que no deseaba nada mejor y que cada uno se proporciona sus diversiones donde puede.

¿Y no le dolía á usté antes? No tanto como ahora. Pues chumpe usté un higo paso, que es muy bueno para los flemones. Muchas gracias. Conque hasta mañana, que voy á por los orejones. ¡Vaya usted con Dios! Escribir un libro de costumbres montañesas y no dedicar algunas páginas á la costurera, sería quitar á Santander uno de los rasgos más característicos de su fisonomía.

Despues de tener una idea general de la metrópoli andaluza, como objeto material, descendimos de la Giralda para ir á observar las costumbres de su sociedad.

Le perdonaba aquellos inocentes alardes de erotismo retórico porque conocía sus costumbres intachables y su corazón de oro. Eran muy buenos amigos, y Ripamilán el más decidido y entusiástico partidario de don Fermín en las luchas del cabildo.

Nuestras costumbres de independencia femenil eran perfectamente aceptables hace cincuenta años; pero, créame, la vida europea que conquista terreno diariamente entre nosotros, los espectáculos teatrales que enseñan más de lo que se cree, las novelas francesas, leídas hoy con avidez, las gacetas de los tribunales, las revistas de policía con sus ilustraciones iconográficas, han abierto nuevos rumbos en el espíritu de las mujeres americanas.

Recordé la reciente lectura que habia hecho de un libro sobre las costumbres de los árabes, y tuve la explicacion del fenómeno. Es que aquella poblacion valenciana, eminentemente morisca, ha encontrado una armonía perfecta entre el arbitramento de los juicios de aguas y las costumbres arábigas. Allí donde falta el antagonismo, las instituciones se perpetúan respetadas religiosamente.

Hay allí algo que guarda las tradiciones de la abnegacion y del heroismo resignado del creyente. Para tener una idea de las costumbres catalanas, basta echarse á pasear, con el ojo alerta y el humor alegre, por la calle mercantil de Fernando sétimo, ó la ancha alameda de la Rambla, orillada por hoteles y cafés.

Bien había visto y observado Fernán-Caballero los usos, las costumbres y las pasiones del pueblo de Andalucía; pero lo notaba todo y luego se lo representaba al través de un prisma extraño. Su cultura, más que de libros castizos, era de libros modernos, ingleses, franceses y alemanes, y esto se reflejaba en los personajes hijos de su observación y de su inventiva.

¿Y no le habéis ahuyentado por no espantar la caza? bien hecho; por lo mismo dejaréle yo allí: pero entrémonos en este zaguán. Entrémonos. ¿Y estáis seguro de que don Rodrigo Calderón está ahí dentro, y si está de que saldrá por ahí? No lo estoy, pero espero. Vais haciéndoos á las costumbres de los enamorados tontos, que se pasan la vida en esperar á bulto. Por más que hagáis... No os curo. No.

Según yo lo esperaba, por antecedentes que tenía adquiridos de mi padre, todo el caudal de mi tío, para un hombre de su modo de vivir, era muy considerable; pero para un Ruiz de Bejos de mis usos y costumbres, ya era cosa muy diferente: mejor dicho, aquel caudal, disfrutado en Tablanca como le disfrutaba mi tío, era una verdadera riqueza; viviendo como yo vivía en Madrid, sin ser manirroto ni mucho menos, me le hubiera comido en pocos años.