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Aseméjase a la cuna de un niño que la aldeana haya colocado dentro del surco mientras trabaja, y al descorrer la cortina del sueño, no puede ver otra cosa entre las ondulaciones del surco que un estrecho pedazo de cielo. El jardín no puede compararse al primitivo que Homero describe al diseñar el cercado de las siete piedras del viejo Laeter.

Pero usted dijo con el mayor interés, ¿no es víctima de sus bruscos ademanes? ¿No la maltrata á usted? Entonces sería cosa de declararle rematado. ¿A ? No dijo Clara; no me ha maltratado nunca. Parecerá extraño que Clara, sin conocer al militar, le hiciera declaraciones que parecen de íntima confianza; pero esto, que en circunstancias ordinarias sería raro, en este caso no lo era.

Unos están entre hierros y otros entre las paredes azules del firmamento... Pero vamos a otra cosa, gran mujer. Hoy vengo a darte noticias que serán para ti alegres o tristes, según como las tomes. Dímelas pronto. Mi suegro me ha hablado de ti, me ha hablado también de la marquesa». Isidora, sin decir nada, demostraba inmenso interés. «La marquesa llegó ayer, de paso para Córdoba.

Terrible y triste agonia! Madre, por ventura habria Quién nos diese pan por esto? Pan, hijo, ni aun otra cosa Que semeje de comer! Pues tengo de perecer De dura hambre rabiosa? Con poco pan que me deis, Madre, no os pediré mas. Hijo, qué penas me das! Pues qué, madre, no quereis? quiero; mas qué haré Que no donde buscallo?

Es cierto que, en una ocasión como ésa, el mundo entero parece conjurarse contra uno para empujarlo, con gestos y ademanes de júbilo, hacia el destino; hasta el momento en que, como la cosa empieza a aburrir, todos se vuelven contra uno y le enseñan los dientes.

Aquel hombre fuerte, que no lloraba jamás en el teatro por ser cosa propia de las gentes del pueblo; aquel gentleman de frente bronceada, que había enterrado a sus padres con la impasibilidad más serena, lloró la mutilación de su bella persona, y se bañó en lágrimas de egoísmo.

Ocurría, además, que Ramona tenía una afición desesperada a hacer media, y sólo haciendo media se entretenía, en cuanto no quedaba en la casa un suelo que bruñir, ni un átomo de polvo sobre un mueble, ni un trasto fuera de su sitio, ni un descosido sin coser, ni cosa alguna que trajinar, para los cuales menesteres era una pólvora por la actividad y un asombro por la limpieza.

La moralidad del acto propiamente dicha, consiste en la conformidad explícita ó implícita de la voluntad criada con la voluntad divina; y esa perfeccion misteriosa que descubrimos en los actos morales, esa hermosura que nos encanta y atrae, no es otra cosa que la conformidad con la voluntad divina; el carácter absoluto que encontramos en la moralidad, es el amor explícito ó implícito de Dios; y por consiguiente un reflejo de la santidad infinita, ó del amor con que Dios se ama á mismo.

Frantz y Hullin, a la izquierda, observaban la meseta; Kasper y Jerónimo, a la derecha, exploraban el valle; Materne y los hombres de la escolta rodeaban a las mujeres. ¡Cosa extraña!

Yo quisiera ver al señor Locke en Madrid en el día, y entonces veríamos si seguiría sosteniendo que porque un hombre sea ciego y sordo desde que nació, no ha de tener por eso ideas de cosa alguna que a esos sentidos ataña y pertenezca. Es cosa probada que el que no ve ni oye claro a cierta edad, ni ha visto nunca ni verá.