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Los grupos volvieron sus espaldas á la poetisa, olvidándola. Un músico joven, afeitado y con largas guedejas, que pretendía imitar la fealdad «genial» de algunos compositores célebres, se sentó al piano é hizo correr sus dedos sobre las teclas. Dos muchachas acudieron con aire suplicante, poniendo sus manos sobre las del pianista.

Pero para sentirse poderosamente atraído por el vértigo de la cascada, es preciso mirar hacia arriba, por encima del sitio donde el agua cesa de correr y, describiendo su curva, se lanza libre al espacio.

Lo necesito, lo arriesgo todo si paso algunas horas sin correr al auxilio de don Juan. Pues bien, primero soy yo que nadie; no saldrás. Te aborreceré. Aunque me aborrezcas; ¿qué me importa, si insistiendo en huir de aquí me pruebas que no me amas? para el hombre que ama, lo primero es la mujer de su amor. Y doña Catalina se levantó irritada de sobre las rodillas de Quevedo.

Los guerrilleros seguían marchando por los lados del camino sin decir nada, como si fuesen sombras. El trineo volvió a correr al galope del caballo; poco después moderó la marcha; el animal respiraba agitadamente. La labradora permanecía silenciosa, tratando de ordenar aquellas nuevas ideas en su cabeza.

Es el caso que en aquel momento llegaba de la tienda de Graells, donde acostumbraba a pasar las noches, el invicto ayudante de marina Alvaro Peña, que tenía su domicilio en la calle del Azúcar. Al escuchar los gritos de su amigo, echó a correr hacia el sitio, diciendo: ¿Qué pasa, Sinforoso, qué pasa? ¡Auxilio, don Alvaro, que me matan!

De vez en cuando, María de la Luz abandonaba la cocina para correr a la puerta de la iglesia y oír un cachito de misa. Empinándose sobre las puntas de los pies, pasaba su vista por encima de todas las cabezas para fijarse en Rafael, que estaba al lado del capataz, en las gradas que conducían al altar, como una barrera entre el señorío y la pobre gente.

Isidora se levantó bruscamente, y echó a correr por el sendero. Corrieron, corrieron... «¡Ya te cogí! exclamó Augusto, fatigadísimo y sin aliento, apoderándose de ella . Perla de los mares, antes de cogerte se ahoga uno. Formalidad, formalidad, señor doctorcillo dijo Isidora, poniéndose muy seria. ¡Formalidad al amor! El amor es vida, sangre, juventud, al mismo tiempo ideal y juguete.

Corre y se oculta, porque tiene miedo de algo que hay en tu pecho. Mira ahora: allí está jugando, á una buena distancia de nosotros. Quédate aquí, y déjame correr á para cogerla. Yo solamente soy una niña. No huirá de porque aun no llevo nada sobre mi pecho. Y espero que nunca lo lleves, hija mía, dijo Ester.

Atravesó suburbios poblados por gente de raza africana, en los cuales el sonido de la trompa hacía asomar a las puertas unas negras enormes, tetudas, encorvadas por el volumen de sus vientres colgantes, y hacía correr tras de las ruedas un sinnúmero de pequeños diablos desnudos, con la cabeza como una bola de estopa aceitosa, y ostentando en mitad de su abdomen el ombligo en relieve igual a un botón.

Sucedió, pues, uno de los primeros que hubo escuela por Navidad, que viniendo por la calle un hombre que se llamaba Poncio de Aguirre, el cual tenía fama de confeso, que el don Dieguito me dijo: "Hola, llámale Poncio Pilato, y he a correr." Yo, por darle gusto a mi amigo, llámele Poncio Pilato.