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Que lo dijera su mujer, que mal de su grado subía colgada de su brazo, hermosísima, casi contenta, pese a todos los confesores del mundo. Ya no estábamos en el Paraguay: ¡A él jesuitas!». Era lunes de Carnaval. El día anterior, el domingo se había discutido con mucho calor en el Casino si la sociedad abriría o no abriría sus salones aquel año.

Cuando regresaron, ella desalentada y pesarosa, él tieso y humeante, D.ª Laura recibió a su digno esposo con endemoniado gesto, y le dijo: «Quita allá; vicioso... Ya tenemos la chimenea encendida. ¡Contenta me tienes! , con mirarte al espejo y chupar el maldito coracero, crees que no hace falta nada más. Mejor trabajaras...». Capítulo VIII Don José y su familia

Con vos, Marta, este obscuro cuarto es para un paraíso en la tierra. Estarás seguramente mejor en el convento. ¡Oh! Entonces, Marta, ¿vienes conmigo? , , estoy contenta. ¡Si pudiera irme en seguida de este sitio en que he sufrido tanto! Es cierto, hija mía, pero seguramente no partiré en el mismo coche que y no me verás en todo el viaje... ¿Te pones pálida otra vez?

Nos fué servida sobre el césped de una pradera, á la sombra de un enorme castaño. La señora de Laroque, instalada sobre uno de los cojines del carruaje en una actitud sumamente incómoda, no parecía por eso menos contenta.

Y Mauricia, ¿qué tal?...». He aquí a la prójima otra vez turbada y sin saber lo que le pasaba. «Muy bien... pero muy bien... Mauricia contenta...». Agradeció mucho Fortunata que en aquel momento se abriese suavemente la puerta de la alcoba y apareciera la cabeza de Severiana.

Estoy contenta, porque vamos a ver a mi cuñado; pero al mismo tiempo siento partir, pues si me quedara, iría todas las mañanas a hacer una visita a vuestro padrino... y él me daría noticias vuestras. ¿Queréis escribir a mi hermana, dentro de diez días, una cartita de cuatro líneas, que no os quitará mucho tiempo, diciéndole cómo estáis y que no nos olvidáis?

Los días en que mi amigo no tiene convidados se contenta con una mesa baja, poco más que banqueta de zapatero, porque él y su mujer, como dice, ¿para qué quieren más?

Si tan buena es la impresión que en ti ha hecho repuso doña Manolita , creo que debes lisonjearte y estar muy contenta, porque él no apartaba un punto los ojos de ti y se conocía que te miraba y admiraba con entusiasmo. No te burles, Manuela. No me burlo. Tengo por cierto lo que te digo. Tu deseo de que yo haga conquistas y la buena opinión que de tienes te llevan a soñar con todo eso.

A Granada, donde el hombre logró lo que no ha logrado en pueblo alguno de la tierra: cincelar en las piedras sus sueños; a Nápoles, donde el alma se siente contenta, como si hubiera llegado a su término. ¿ no querrás, Lucía? Yo no quiero que veas nada, Juan. Yo te haré en ese cuarto la Alhambra, y en este patio Nápoles; y tapiaré las puertas, ¡y así viajaremos!

¿Le causa a usted pena lo que le digo? pregunté por fin. La muchacha hizo un gesto de incertidumbre y murmuró en voz baja y quebrantada que era mucho su dolor para que nada le produjera placer ni pena. Pero... su padre de usted... ¿No está usted contenta porque va a su lado? Elena tardó en responder: No lo conozco... y él no me quiere. ¿Quién le ha dicho a usted eso? exclamé vivamente.