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Dicen que soy orgullosa, fría, áspera, y acaso tengan razón. Pero no puedes quejarte, porque te has logrado introducir en el único rincón apacible que hay en mi alma. Si no me hubieses enseñado lo que es amor, moriría sin conocerlo, porque ningún otro hombre haría lo que has hecho.

Sabe que existe, que otros lo han conocido, y se resigna difícilmente a vivir y morir sin conocerlo ella también. Es seguramente un peligro para una mujer, el conservar y nutrir, después de las decepciones del matrimonio, el ideal de un amor desconocido; pero hay un peligro aún mayor para ella, y es perderlo.

En verdad que era digna de examen aquella nariz. Un geólogo hubiese encontrado en ella ejemplares de todos los terrenos volcánicos. ¡Ca, no señor, no es raro! El señor cura tuvo cuidado de decirme: Mira, mi sobrino viene muy delicadito, casi hético el pobrecito; de modo que no te será difícil conocerlo... Y efectivamente... No dijo más porque comprendió que no debía decirlo.

Amarga era la suposición; pero no importaba gran cosa, porque Juan no permanecía nunca mucho tiempo en tal cautividad: se prendaba de un cuerpo hermoso hasta conocerlo poco a poco, beso a beso; pero enamorarse... ¡imposible! En esto precisamente fundaba Cristeta su esperanza. ¿Cuál era su plan? A nadie lo comunicó.

En cambio, el que se ha designado para que lleve la palabra en el día de hoy, y de él os hable, se encuentra en condiciones más desventajosas, porque no tuvo la dicha de conocerlo, ni de vista; y porque de él sabe lo que sabemos todos; y de él no puede decir otra cosa que lo que está en la mente y en el corazón de todos.

De este libro, sin conocerlo, hablaba muy mal don Saturnino Bermúdez, cuando estaba un poco alegre, después de comer. Uno de sus secretos era, que «el Magistral merecía el nombre de sabio, pero no precisamente el de arqueólogo; nadie sirve para todo».

Poco a poco se fue apoderando de su ánimo aquella farsa inventada por ella y tomó la niña en serio su papel de reina Midas; renunció al amor, antes de conocerlo, y se dedicó al lujo con toda el alma. Amó el arte por el arte: ella era la que más riqueza ostentaba en paseos, bailes y teatro; llegó a ser para Olvido una religión el traje. No lucía dos veces uno mismo.

Por una miseria, que era lo que solicitaba al presentarse cansado y hambriento, no valía la pena de irritarlo, atrayéndose su venganza. El ganadero, que galopaba solo por las llanuras donde pacían sus toros, tenía la sospecha de haberse cruzado varias veces con el Plumitas, sin conocerlo.

Iba á perpetrar un crimen sin conocerlo. Su elocuencia era la justificación prematura de un hecho sangriento; y para el que conocía su próxima realización, las galas de aquella oratoria juvenil eran espantosas y sombrías. Lázaro entró en el café: aún no se atrevió, aunque tema la persuasión de ser recibido con benevolencia, á presentarse en el centro del club.

Había tratado algo al anciano General, creía conocerlo y lo estimaba. No así Sarto, pero yo había aprendido ya que éste sólo estaba satisfecho cuando él mismo lo hacía todo, y que a menudo lo impulsaba, más que el deber, un sentimiento de rivalidad.