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Me han dicho que desde la separación está muy taciturno, muy dado a sus estudios, y que no se le conocen trapicheos ni distracciones... Por grandes que sean sus resentimientos, chica, creo que en cuanto le hablen de volver contigo, se le hace la boca agua». Fortunata, sonriendo, dio a entender su incredulidad. «¿Que no? ¡Ay, chulita!, no conoces la naturaleza humana. Cree lo que te he dicho.

Tu conciencia, mi Juan, estará bien tranquila a este respecto, y eso basta. No, eso no basta. Tener buena opinión de mismo no es bastante; es preciso que de esta buena opinión participen los demás. ¡Oh! Juan, entre los que te conocen, ¿quién dudaría de ti? Quién sabe... Y después hay otra cosa además de la cuestión dinero, otra cosa más seria y más grave. No soy el marido que le conviene.

Además, cuento con el socio, que corre con todo el trabajo: un antiguo dependiente al que di participación. Ya conocen ustedes la firma: Manzanares y Mendizábal. La falta de hijos parecía amargar su triunfo, colocándole en rencorosa inferioridad ante el prolífico vasco. Pero como una compensación, hizo el elogio de su esposa, valerosa compañera de los primeros años de pobreza y ahorro.

Más adelante, al entrar en años, las muchachas de la Guardia y las del casco con aletas, como usted dice, se hacen prudentes y mesuradas, se casan y forman una familia. ¡Pero si usted viese lo que dan que hacer mientras tanto á sus coroneles y capitanes, personas expertas que han tenido hijos y conocen las exigencias de la vida!...

Era imposible que la mezquindad de semejante sistema y la carencia intelectual de su marido, pudiesen escapar a una inteligencia tan activa como la de la señora Maurescamp. No fue mucho tiempo víctima de sus aires de suficiencia y maneras autoritarias. No siempre conocen los hombres a sus mujeres, pero las mujeres conocen siempre a sus maridos.

He estado todo el día haciendo averiguaciones principió, hablando en su lengua florentina, ligeramente ceceosa, pero he descubierto muy poco. El individuo que usted necesita, signore, parece ser un misterio. Así lo esperaba respondí. ¿Qué ha sabido respecto a él? Lo conocen en la vía San Cristófano. Tiene un pequeño departamento en el tercer piso del número 8, al que sólo va de tiempo en tiempo.

De todos los miles de seres que están aquí presentes, los únicos que conocen el inglés somos usted y yo. Los demás sólo hablan el idioma de nuestra raza.... Y para aplacar su curiosidad, le diré cuanto antes que el inglés es la lengua particular de nuestros sabios; algo semejante á lo que fué el latín, según mis noticias, durante algunos siglos, en los países habitados por los Hombres-Montañas.

Cuando llegaba a ellos don Quijote, un labrador alzó la voz diciendo: -Alguno destos dos señores que aquí vienen, que no conocen las partes, dirá lo que se ha de hacer en nuestra apuesta. - diré, por cierto -respondió don Quijote-, con toda rectitud, si es que alcanzo a entenderla.

Acabó Gillespie por dormirse con ese sueño pesado y profundo, de una densidad animal, que sólo conocen los hombres cuando están en vísperas de un peligro de muerte. Le pareció que este sueño y la misma noche sólo habían durado unos minutos. Una impresión cáustica en la cara y en las manos le hizo despertar. Era la caricia del sol naciente.

Era, en verdad, un acontecimiento la llegada del loco Yégof al comenzar el invierno; unos se alegraban con la esperanza de retenerle y de hacerle hablar en las tabernas de su fortuna y de su gloria; otros, sobre todo las mujeres, sentían cierta vaga inquietud, porque los locos, como se sabe, participan de las ideas de otro mundo, conocen el pasado y el porvenir y están inspirados por Dios; el secreto está en llegar a comprenderles, pues sus palabras siempre tienen dos sentidos, uno vulgar, para las gentes ordinarias, y otro profundo, para los espíritus delicados y las personas juiciosas.