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Me asombro de su atrevimiento, gentleman, pero ¡quién sabe si estos enamorados valerosos ven la realidad mejor que nosotros y conocen los goces de la vida más que los prudentes!... Yo, gentleman, tal vez hubiese sido como ellos, pero nunca tuve ocasión de conocer el amor. Mi mundo no me daba facilidades para enamorarme.

Todas esas miserias humanas, más comunes en los niños, y que sus madres toman por signo de salud, las afligen y humillan cuando son ellas quienes las sufren, temiendo verse privadas del cariño de sus compañeros. ¡Cuán poco conocen al hombre! Las pobres ignoran que el gran atractivo, el más vivo aguijón del amor, son los percances de la vida y no la belleza.

No pocos hombres, sobre todo si son forasteros y no la conocen, se figuran lo que quieren, se las prometen felices, y se atreven a requebrarla y hasta a hacerle poco morales proposiciones. Ella entonces los despide con cajas destempladas.

En resúmen, el hombre tiene aquí placeres de opinion y de fantasía que vosotros no conoceis; como teneis vosotros goces de calma y de naturaleza que no se conocen aquí. El hombre se aproxima incautamente al horno y se quema; como en la aldea se aproxima imprudentemente al arroyo y se ahoga.

Era un hombre de más de treinta y cinco años, barba rubia y ojos azules de mirada clara y un poco dura, que expresaba inequívoca voluntad. Se conocen me dije y no poco. En efecto, después de la mitad del acto mi vecino, que no había vuelto a apartar los ojos de la escena, los fijó en el palco. Ella, la cabeza un poco echada atrás, y en la penumbra, lo miraba también. Me pareció más pálida aún.

Mas dejemos cosas tristes aunque alegrías no tengo; me parece que el muchacho ha templao y está dispuesto vamos a ver qué tal lo hace y a juzgar su desempeño. Ustedes no lo conocen yo tengo confianza en ellos, no porque lleven mi sangre -eso juera de lo menos-, sino porque dende chicos han vivido padeciendo.

¿Ha estado alguna otra vez ese joven en la corte? No, señor. ¿Y entonces cómo conoce á doña Clara? Yo no lo , pero en palacio le conocen y mucho. Hablad, hablad. Yo creo, señor, y casi tengo pruebas, que doña Clara sólo es la cortina de ciertos amores. Explicáos. La reina... ¡Qué decís de la reina!... La reina ama á mi sobrino. Pasó algo siniestro por el semblante del fraile.

A más, los menos romancescos conocen por instinto que en ciertas ocasiones hay que hacer un cierto gasto de idealismo, y no es raro el ver a algunos hombres exaltarse poéticamente delante de su prometida, por la primera y última vez en su vida, como cuando se les habla de un modo especial a los niños y a los perritos, cuando se quiere atraerlos.

Y como era hombre a quien se le suponían malas pulgas, y gastaba unos bigotes desmesurados, el socarrón tembló por su pellejo y no volvió a chistar. Mi buen amigo, cuyo gran corazón y amoj al progreso conocen todos, me dijo que hacía tiempo que pensaba sobre lo mismo, y que él además, ¿eh?, tenía otro proyecto que no tajdará en comunicaj al ilustrado público.

Rota. Su población. Promesa religiosa. Comercio y agricultura. Antiguas invernadas. Entre los que no conocen las islas Marianas corren una porción de versiones, que si en otro tiempo fueron apreciables, hoy no lo son bajo ningún aspecto, ni material, ni moral, ni político.