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Asiste á las fiestas de aquellas, si bien sin confundirse con ellas, no habla español, no calza botitos por más tieso que repiquen, y no conoce el colegio, más que por las relaciones que oye de la taga-bayan cuando la permite que se acerque hasta ella.

Verdad es que la intriga predomina en muchas composiciones dramáticas de esta especie, pero no por esto constituye su índole exclusiva: la comedia de capa y espada puede ser también de carácter, y aun puede dársele otras varias denominaciones, en atención á los diversos elementos, que suelen dominar en ellas, aunque esta nomenclatura no deba sustituirse á la española ni confundirse con ella, puesto que es también diverso el punto de vista bajo que se les considera.

Buena y santa es la libertad cristiana, pero no debe confundirse con la insolente grosería. E insolente y grosero anduvo el fraile, predicando al rey durante dos horas lo pecaminoso y escandaloso que sería su casamiento, lo inútil porque era incapaz de consumarle, y lo peligroso porque bien podría la señora reina dar al trono herederos cuya legitimidad hubiera de negarse.

Todos estos buques menores, pintados de un gris metálico para confundirse con el color del agua, entraban en el puerto y salían como centinelas que se reemplazan.

De aquí tantas locuciones metafóricas; útiles, si solo se emplean para llamar y fijar la atencion, y darse á propio cuenta del fenómeno; nocivas á la ciencia, si sacándolas de estos límites, se olvida que son metáforas, y que jamás pueden confundirse con la realidad.

Miguel escuchó á los cantantes, mientras examinaba la apretada masa de público que podía distinguir desde su asiento. Reconoció á muchos en esta contemplación á vista de pájaro. Vió en las primeras filas una cabeza gris, con los cabellos partidos de la frente á la nuca y peinados hacia adelante hasta confundirse con unas patillas á la austriaca.

Entre estas últimas y otras obras suyas, que se asemejan más á la comedia propiamente dicha, hay varias de un género intermedio que, á causa de su plan más regular, no deben clasificarse con aquéllas, ni tampoco confundirse con éstas, diferenciándose por su más serio argumento.

Aquel golpe terrible no anonadó a Currita, ni le infundió tampoco el extraño sentimiento, mezcla de pavor y de ira, que al recibir en Loyola un bofetón semejante la había obligado a confundirse, y a humillarse, y a callar... Detrás de la mano de Pedro Fernández había visto entonces la mano de Dios, que le impedía profanar con el escándalo de su vida su santa casa, y detrás del bofetón del mayordomo de Palacio tan sólo veía la mano del rey, que no era para ella una idea, sino un hombre, contra el cual se podía luchar y al cual se le podía también vencer.

En realidad, lo que le enfadaba extraordinariamente no era ostentar sus encantos, porque estaba cierta de no hacer gesto, ademán ni movimiento indecoroso: la causa principal de su enojo era el tener que salir entre otras mujeres desapudoradas y venales que alardeaban de su desnudez, y con quienes había de alternar y confundirse. Esto la sacaba de sus casillas.

Pero en medio de este caos, en que más y más se embrollaban sus ideas, oyó no ya rumores sordos y fantásticos, cual tambores lejanos, como le habían parecido los latidos precipitados de sus arterias, sino un ruido claro y distinto, y que con ningún otro podía confundirse: el canto de un gallo.