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Está persuadido de que en su vida ha visto tanta gracia. ¡Qué encanto en la actitud de esa joven cuñada medio tendida! Las palabras de su hermano le vuelven a la memoria: «¿Me habría sido posible no amarlaNo , pero hoy siento ganas de charlar dice Gertrudis con sonrisa confiada; y coloca más cómodamente su cabeza. ¿Y , estás dispuesto a escuchar?

La señora de Ponce estaba aún tranquila y confiada, y cuando Príncipe hizo correr su sillón desde la ventana hasta el fuego, le explicó que como el año escolar terminaba, probablemente retenían a Carolina sus lecciones, y que no podía dejar el colegio más que por la noche, una vez terminadas aquéllas.

Pero me interesaba demasiado veros, oíros, hacerme oír de vos, tratar con vos de lo que tanto importa á mi dignidad como mujer, á mis deberes como reina y como esposa, y no he vacilado un punto, confiada de vuestra lealtad. Pero me exigís que salga fuera de palacio, y esto no lo haré jamás.

Retírese tu gente y confiada Mi alma en tu palabra, ilustre prenda, Sabrás mi historia, y muerte de dos vidas: Que no lloro prisión ni siento heridas. NARV. Soldados, vayan todos adelante. NU

Al hablar así con verdadera efusión, Juanita tendió, en efecto, las manos a don Andrés. Don Andrés las tomó entre las suyas. Juanita apareció entonces tan confiada y tan hermosa a los ojos del cacique, que este le dijo: ¿Por qué tu amistad solamente? ¿Por qué no tu amor? Ambos somos libres. Amándonos no tendremos que engañar a nadie.

Lucía se acercó también, con la sonrisa que le jugaba en los labios y en los ojos. Conocía a Julio de vista y por oídas. Tomó en seguida una actitud confiada y, enlazando la cintura de Charito, se apoyó en ella con dejadez familiar, lánguida. Parecía advertirle que reconocía en él a una persona de su misma clase sentimental; hizo que recayera la conversación sobre un tema galante.

Su alegría era tan noble, tan generosa y tan confiada, y la expresión divina que esta alegría prestaba a su figura gentil era de tal suerte simpática, que la censura quedaba desarmada al cabo, y al mirarla, tenían que bendecirla todos los hombres. En su ánimo era casi todo luminoso y alegre.

A media noche, cuando todos dormían, di un adiós, un cruel adiós á mi retiro, á aquella vieja torre ¡en que tanto había sufrido, donde tanto había amado! y me deslicé en el castillo por una puerta excusada, cuya llave me había sido confiada.

Jaime se recluía en su aislamiento, y ellos se acordaban menos del señor. Hacía tiempo que Margalida no se presentaba en la torre. Era otra: diríase que había despertado a una nueva existencia. La sonrisa inocente y confiada de su pubertad habíase trocado en un gesto de reserva, como mujer que conoce los peligros del camino y marcha con paso tardo y prudente.

Le anonadaba el pensar en Feli enferma, debilitada por el trabajo, no pudiendo vivir como él al aire libre, confiada al azar de la bohemia, y que, además, llevaba en su seno una nueva amenaza del porvenir. Vagó largo rato por las calles, con el pensamiento agobiado por su infortunio. Al pasar por la Puerta del Sol vio que eran las nueve en el reloj del Ministerio.