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Comenzó a dudar de la eficacia y prudencia de sus gestiones; recapituló los incidentes de su entrevista con Carolina, y casi atribuyó el mal éxito a su propia torpeza. No obstante, la señora de Ponce esperaba tan paciente y confiada, que llegó a quebrantar los presentimientos de Príncipe.

La expresión de sencillez confiada de la fisonomía de Marner expresión realzada por la ausencia de observación propia, por la mirada sin defensa, mirada de ciervo, que pertenece a los grandes ojos prominentes formaba un contraste chocante con la represión voluntaria de la satisfacción interior, que se disimulaba apenas en los pequeños ojos oblicuos y en los labios contraídos de William Dane.

Harto lo ha probado su ruina; pero además, bastará con que yo, enlazando los rotos recuerdos de mi niñez, te cuente mi modo de vivir en Madrid, para que entiendas que lo mejor, quizá lo único que pudo hacer mi padre, fue dejarme confiada a D. Acisclo. Hasta que cumplí cinco años, viví en casa de una señora, que parecía medianamente acomodada, y que se llamaba doña Francisca.

Misión providencial de los hijos de Iberia era sin duda sacar a los unos de la abyecta postración en que habían caído y despertar a los otros del sueño secular, del profundísimo letargo en que estaban. Esta parte de la misión parecía especialmente confiada a los portugueses.

A pesar de la intranquilidad de su corazón, hizo, sonriendo, un signo de cabeza afirmativo, y le tendió la mano, la pequeña mano fuerte y confiada que, si él era digno, le entregaría en breve, como esposa. El salón, lleno de animación y alegría algunos minutos antes, quedó solitario y silencioso. Solamente los perfumes que flotaban aún en el aire tibio, revelaban el paso de las lindas visitantes.

Con estos sermones y consejos póstumos, con una amistad llena de veneración, que D. Acisclo mostró siempre al marqués, más aún cuando pobre que cuando rico, y con los cuidados con que le atendió en los últimos días de su vida, sin que ni remotamente entrase en todo ello la menor idea de desagravio, pues pensaba haberle favorecido y no ofendido, don Acisclo se elevó a considerable altura moral e intelectual en el ánimo del marqués, quien al morir le dejó confiada la joya más hermosa que aún poseía en este mundo.

Tenía la seducción de la pureza confiada en misma, que por nada se alarma, que nada teme: iba de acá para allá, y me lo revolvía todo. ¡Cómo se conoce que aquí no hay una mujer! decía: polvo por todas partes, ¡y un desorden!... todo lo que hay aquí es bueno y bello; pero sería más bello, parecería mucho mejor, si estuviese colocado en su sitio.

Citaré, por ejemplo, el fragmento de una carta de amor, escrita en el siglo IX, donde el amador ausente se considera tan herido en el corazón y en el alma, que va á morir de mal de ausencia. Es además muy interesante la postdata de esta carta sentimental, ya que por ella se ve que fue confiada á una paloma mensajera.

Mesía y Paco, en los días anteriores, habían venido varias veces al Vivero, a caballo; Mesía había encontrado a la Regenta expansiva, alegre, confiada: y sin hablar palabra de amor pudo conseguir que ella escuchase consejos que él juraba higiénicos principalmente. «El misticismo era una exaltación nerviosa». En eso estaba Ana también, asustada todavía con los recuerdos de sus aprensiones.

Por imprevisor, por descuidado que fuese tu padre, por pocos amigos y relaciones que tuviese en el mundo, ¿no tuvo a nadie a quien dejarte confiada sino a D. Acisclo? ¿ misma, habiendo vivido en Madrid hasta la edad de catorce años, no dejaste allí alguna amiga? ¿No dejaste allí a nadie que se interesara por ti? El descuido y la imprevisión de mi padre no podían ser mayores.