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Paula reía también pasando y repasando sus manos por la cabeza de la criatura. Cuando haga falta un perulero para el aceite, ya sabéis dónde lo habéis de hallar prosiguió Concha. Disipada la lástima, adivinando que la chiquita había caído en desgracia, las criadas se entregaban a la alegría cambiando bromas sin gracia, pero que las hacían reír perdidamente.

Así que, antes de que el policía llevase consigo a Concha, se dirigió a él y, en francés chapurrado, le manifestó que aquella señora era su esposa y que le hiciese el favor de soltarla. Esto fue lo único que comprendió el círculo de curiosos que les rodeaba. La noticia causó sorpresa y no poca risa. El agente no se avino a ello sin llevarlos a ambos antes a las oficinas de la policía.

¡Ay! Pónganse los legisladores la mano sobre su conciencia; mediten un instante dentro del secreto de su corazon; miren por un momento esa cuna donde ahora dormitan sus hijos; esos hijos á quienes aman, esos hijos que serán hombres á su vez; esos hijos que en su dia serán padres; esos hijos á cuya descendencia no ha dado nadie un monton de cenizas para que sobre él deje caer la frente helada; esos hijos que son una cifra infinita en el cálculo de la Providencia: lean los legisladores en ese arcano por un momento, un momento más; no les pido más tiempo que el necesario para ver un cometa que aparece repentinamente en los aires: vuelvan los ojos á esas criaturas que ahora dormitan, esas criaturas que mañana se educarán, que mañana aprenderán moral y ciencia, que aprenderán de este modo á ser hombres en el libro del presidiario; esas criaturas que tarde ó temprano han de recibir el bautismo bajo la concha del escritor que come y vive con el asesino y con el espía.

En la hipótesis contraria, no es posible explicar la identidad de forma, constituyendo siempre un anillo de unos cien pasos de diámetro, asaz bajo, azotado exteriormente por las olas, si bien el interior forma una concha tranquila. Algunas plantas de tres ó cuatro géneros distintos, constituyen una corona de verdura, de trecho en trecho en la parte de adentro.

Entonces Paula pidió auxilio a Concha, la costurera, y mientras ésta la tenía sujeta a la silla, aquélla la fue despojando uno a uno de todos sus bucles. Después arregló como mejor pudo los cabellos que quedaban. ¡Qué lástima! volvió a exclamar la planchadora. Hija, no está mal así tampoco repuso Paula peinándola con esmero. En aquel momento apareció la señora en el cuadro de la puerta.

Romadonga se apresuró a levantarse, y con franqueza campechana le puso la mano en el hombro. ¿Cómo va ese valor, amigo D. Ángel? En realidad no necesito preguntarlo. Lleva usted la contestación en la cara. ¿Qué va usted a tomar? Muchas gracias, no tomo nada. ¡Hombre, tendría eso que ver!... ¡Mozo! Unas copitas de manzanilla... Ya sabes, de la especial... ¿Y cómo está Concha? añadió osadamente.

¡Madrina! ¡ven, madrina!... Mira, Paula y Concha me han cortado el pelo. Amalia avanzó algunos pasos por la estancia y, evitando la mirada de la niña, fijó los ojos severos en su cabeza, y dijo con imperio y frialdad: No está bien así. Córtelo usted al rape. Y se alejó con la frente fruncida. Josefina, atónita, la siguió con los ojos.

, hija de mi alma, te quiero más que a mi vida... Perdóname. Yo también te quiero a ... ¡A ellos no! Antes quería a madrina, pero ahora no... ¡Me ha pegado tanto! ¡Si supieras!... Me mordía, me arañaba, me arrastraba por el suelo, mandaba a Concha que me azotase con la ballena, me ataba con una cuerda como a los perros... ¡Calla, calla, que me matas! profirió Luis sollozando.

Y si llega a caer, como es probable, ¿no será para usted un remordimiento el pensar que la ha privado de acomodarse con un hombre que está en posición de sostenerla decorosamente? Además, usted se hará viejo, no podrá trabajar... Para ese caso Concha le podrá ayudar, mientras que de otra suerte...

Uno de los martirios de su exclusiva invención fue pincharla las manos con un alfiler, y tanto le gustó que en pocos días las tuvo llenas de picaduras: apenas había sitio donde poner otra. Esta tarea ferocísima solía encargarla a su verdugo de órdenes, Concha, quien la desempeñaba a conciencia.