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Era de marfil también, y todo de una pieza, menos los brazos; y clavado en rica cruz de concha, agonizaba con dolorosa verdad, encogidos músculos y nervios en una contracción suprema. Tres clavos de diamante trucidaban sus manos y pies. Lucía le rezaba todos los días un padrenuestro, y aun solía besar sus rodillas, cuando no la miraba nadie.

Chim llevaba una peineta de concha y el pelo largo, como las mujeres. Solía ir con mucha frecuencia, aunque hiciera frío, desnudo de medio cuerpo arriba. Demóstenes, el negro, era un hombre a quien habían hecho brutal, pero que no era naturalmente malo; en cambio, Chim era sanguinario y perverso y su mayor placer consistía en hacer sufrir a los demás.

Donde las hiladas, todavía en su estado normal, conservan la posición que tenían en otro tiempo, después de haber sido depositadas por las aguas marinas ó lacustres, la concha descubierta en la capa superior es ciertamente más moderna que en las inferiores.

La fecunda, diabólica fantasía de Amalia se puso a inventar tormentos con que saciar el odio que la devoraba. Necesitaba ver sufrir. Josefina fue enviada descalza abajo con una misiva escrita en lápiz para Concha. El papel decía: «Concha, ahí te envío a esa picaruela. Castígala como mejor te parezcaAmalia había adivinado, en su doncella, al verdugo.

En vez del admirable cincel que envidiaría el más hábil picapedrero, sólo posee una escofinita, y para abrir una morada á su frágil concha gasta esta misma concha. Con muy raras excepciones, el molusco es el ser tímido que sabe sirve de pasto á todo el mundo.

Mientras tanto, allá en el fondo de su cerebro artificioso se elaboraba tranquilamente un plan maquiavélico que iba a marchitar en flor tanta dulce esperanza. Romper con la chula quedándose en Madrid era expuestísimo. Aunque avisase a la policía, tenía la seguridad de que Concha le daba una puñalada por la espalda. ¡La conocía bien!

Hizo un esfuerzo sobre misma para pensar en otra cosa. Mirando a su doncella en el espejo observó que estaba densamente pálida. Volvióse para mejor cerciorarse, y le dijo: ¿Te sientes mal, chica? Estás muy pálida. , señora manifestó la doncellita algo confusa. ¿Las náuseas de otras veces? Creo que . Pues, anda, vete y que suba Concha. ¡Es raro!

Vi a Concha sujeta por dos acomodadores, gritando como ella sabe hacerlo, y vi también que el rey, que estaba en su palco, precisamente sobre nosotros, sacaba todo el cuerpo fuera del antepecho para enterarse, y sonreía... Y no vi más... Es decir, me vi en medio de la calle, sin abrigo y con el sombrero en la mano, lo mismo que estaba cuando el cataclismo.

Otras veces armábase la guerra por si la una se había puesto la ropa blanca de la otra o por si se habían robado objetos de su exclusiva pertenencia; pero una ráfaga de autoridad pasaba por la madre: había bofetadas, llantos y pataleos; las criadas reían en la cocina, y a la media hora todos tan contentos: Concha en el balcón, Amparo corría por la casa cantando como una alondra, y doña Manuela arrellanábase en su butaca con aire de soberana que acaba de administrar recta justicia.

La criatura, paralizada de terror, no lloraba. No le dolían siquiera las heridas. Al cabo de pocos momentos se presentó de nuevo Concha acompañada de la señora.