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Me detuve un instante, y seguí con mirada curiosa a la encantadora señorita, deslumbrado a veces por el reflejo del sol poniente que centelleaba en las brillantes ruedas del carruaje. Acudí con toda puntualidad a la cita del abogado. Aguardé en la esquina próxima la hora señalada, y al sonar ésta en el reloj de la Parroquia me presenté en el despacho.

Al despertar sintiéron que no se podian menear; y era la causa que por la noche los Orejones, moradores del pais, á quien habian dado el soplo las dos damas, los habian atado con cuerdas hechas de cortezas de árboles.

-Si por principales va -dijo Sancho-, ninguno más que mi amo; pero el oficio que él trae no permite despensas ni botillerías: ahí nos tendemos en mitad de un prado y nos hartamos de bellotas o de nísperos. Esta fue la plática que Sancho tuvo con el ventero, sin querer Sancho pasar adelante en responderle; que ya le había preguntado qué oficio o qué ejercicio era el de su amo.

Cuando los protestantes sevillanos tuvieron conocimiento de la llegada de Julianillo, inmediatamente acudieron con gran cautela á ocultar el cargamento, siendo repartidos los libros en el monasterio de San Isidro del Campo, en casa de don Juan Ponce de León y en la de la dama doña Isabel de Baena, ardiente protestante, en cuyo domicilio se reunían con frecuencia los luteranos.

Este es el collar de Cleopatra, dijo Simoun sacando con mucho cuidado una caja plana en forma de media luna; es una joya que no se puede tasar, un objeto de museo, solo para los gobiernos ricos.

Tener hijos, un hijo en quien él mismo reviviera, eso daría nuevo impulso a su vida y una hermosa finalidad a sus energías... Cuando se examina a fondo, Delaberge llega a confesarse que, en ese cambio de vida, lo que con mayor fuerza le atrae no son precisamente los encantos de la compañía conyugal, sino la esperanza y las alegrías de la paternidad.

Es delgada... bastante delgada... ¡Y, además, es muy exigente...! ¡Ya lo demostró con bastantes hombres...! Y, al tratarse de un jovencito como usted, en seguida iba usted a enfurruñarse...! C

¡Demonio! Y por la espalda. Nada más merecido. Estuvo en el fregado del sesenta y seis, la cuartelada de San Gil, con el honrado intento de ganarse el tercer entorchado y la cartera de Guerra...; por de contado, detrás de la cortina, como siempre... y fuera de su casa y bien disfrazado.

Y todavía creemos que andaba su esposo algo exagerado en este punto; porque doña Martina supo muy bien, al cabo de pocos años, recibir a los amigos de su esposo con dignidad, ya que no con distinción, y supo también preparar una mesa con elegancia y pasear en carretela por la Castellana sin ir rígida e incómoda en el asiento; aprendió igualmente a no dormirse en el Teatro Real y a saludar a sus amigas desde lejos abriendo y cerrando repetidas veces la mano; ofrecía la casa bastante bien, aunque siempre con las mismas frases; se enteraba de las últimas modas y se las aplicaba; se echaba polvos de arroz y se pintaba las cejas cuando iba a algún sarao; por último, aunque con marcado acento español, había llegado a hablar medianamente el francés.

La tal doncella desmentía, además, ciertos excesos de piedad atribuidos a la dama: sus actos de penitencia consistían en no tomar nada, aunque lo desease, fuera de horas, abstenerse de algún bocado sabroso, escoger, por breve rato, asiento incómodo y hasta estar unos minutos puestos en cruz los brazos: pero era falso, según la pecadora sirvienta, que la Condesa usara cilicio bajo el corsé de raso, ni que tuviera costumbre de llevar por voluntaria molestia alguna china en los zapatos, antes al contrario, se calzaba exquisitamente; ni que durmiera los viernes con una astilla entre las sábanas, ni que hiciera en el suelo cruces con la lengua.