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» Querido Amaury me dijo, aquí te dejo a solas con Magdalena, pues me doy perfecta cuenta de esos celos que tienes de mis lágrimas y comprendo el egoísmo de tu dolor que te hace desear mi partida para arrodillarte también sobre la tumba.

Con nada están satisfechas. Yo, os dicen ellas, si yo creyese, ya lo veríais... haría esto y lo otro... en fin, la perfección... Pues bien, yo soy lo mismo en materia de casamiento... Lo comprendo de tal manera, que creo que nadie es capaz de comprenderlo como yo... Esta es la razón por que no me caso. ¿Cómo lo comprendéis? Veamos dijo la joven en un tono de una ligera ironía.

Me estáis desgarrando el alma, señora... y... no os comprendo... arrostráis un sacrificio al casaros conmigo... todo lo indica en vos; y cuando quiero salvaros, si es posible, á costa mía de ese sacrificio... ¿me preguntáis no sólo si os amo, sino si amo otra? Son las tres de la mañana dijo doña Clara y sus majestades esperan; concluyamos ó volvéos libre, ó seguidme.

No te comprendo, Magdalena. ¿Adónde vas a parar? Continúo el sermón del domingo. ¿Cómo? Buscando si las leyes estaban de acuerdo con las ideas religiosas... Y has encontrado. Que todas las legislaciones no han hecho más que confirmar lo que estaba ya edictado en las diferentes religiones. ¿Y eso te interesa? En extremo.

Su sola presencia, aunque su ortografía sea imperfecta, será siempre más grata que un texto de Séneca. Además, como una mujer linda habla con los ojos, apenas se requieren otros métodos de expresión. Comprendo que todo esto no es pedagógico, pero quizá sea verdad, y si no lo fuese, téngase en cuenta que no será la primera cosa inexacta que se ha escrito en este mundo.

En análogo sentido comprendo yo que se componga un Himno á la carne, el cual me guste tanto ó más que el Himno al demonio de Carducci.

Pues bien, ese hombre que está ahí reducido á la nada, aniquilado, ese hombre es el cocinero de su majestad. No os comprendo. Doña Clara vive en palacio. ¿Y qué?... Un plato de las cocinas del rey, puede bajar al aposento de doña Clara. ¡Oh! ¡! ¡es verdad! ¡yo me vengaré del desamor de don Juan!

ATENAIS. En efecto, Proclo es el príncipe de los filósofos. Tu padre Plutarco y mi padre Leoncio, notable filósofo también, le veneraban como superior a ellos. Comprendo, pues, que ames a Proclo.

¡Un prendero del Rastro!... ¿y á tales gentes ha ido á parar un secreto de su majestad? ¿Qué queréis, señora? don Rodrigo... Es un miserable, ya lo ... ¿y ha sido don Rodrigo?... Don Rodrigo trata con una comedianta... ¡Ah! Y esta comedianta, que le ama... Le ha arrancado el secreto... ¿Ha visto las cartas de su majestad? ¡Ah! pues no comprendo bien...

Digo, señora, que una prueba de mi amor á su majestad, ha sido la causa de mi casamiento con mi don Juan; yo me hubiera casado con cualquiera en las circunstancias en que su majestad se encontraba... No os comprendo... Tiempo tendré de explicarme. Digo que en las circunstancias en que se encontraba la reina, con cualquiera me hubiera casado; pero al casarme por obligación con don Juan...