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Una mirada de mi amigo me hizo comprender repentinamente que no debía verme ni hablar otra vez con Flavia y caí de rodillas tras unos arbustos.

Ella no quería escucharme; se desesperaba al comprender cuánto podía comprometerla mi entrada en la casa; me pedía llorando que la dejara entregada á su tristeza, á su soledad.

¡Hermosa fiesta la de esta noche en casa de los señores de *! Los tambores atruenan la sala. No hay quien haga comprender á esos endiablados chicos que se divertirán más renunciando á la infernal bulla de aquel instrumento de guerra.

Su temor era fundado: ¡le oyeron! ¿Qué político ha producido la Europa que haya tenido el alcance para comprender el medio de crear la idea de la personalidad del jefe del Gobierno, ni la tenacidad prolija de incubarla quince años, ni que haya tocado medios más variados ni más conducentes al objeto?

Yo sufría por ella y tanto como ella, pero le contesté con dulzura y logré hacerle comprender que su resentimiento era excesivo y hasta injusto, pues, al fin, la vanidad de la Marquesa de Oreve no hace daño a nadie más que a ella misma y en modo alguno al artista que la pinta como es.

Yo soy el sentido práctico, y les hubiera presentado una moción y consumido un turno para demostrarles que deben sacar el periódico dos horas más tarde. Pero como uno no es letrado, le ojetan el argumento, y el cuarto estado que se roa. Su entusiasmo federalista excitaba el regocijo de Isidro, miserable unitario, incapaz de comprender ciertas cosas.

Parte de los mismos se imprimieron en 10 pequeños volúmenes, en Madrid, 1786-91, con las comedias más importantes de D. Ramón de la Cruz. En esos últimos años se ha comenzado á publicar en Madrid una nueva edición de sólo los sainetes, que ha de comprender también los no impresos. El primer tomo, único que he visto, contiene 54 piezas. El Otelo, de Ducis, traducido por D. Teodoro de la Calle.

Requiérese cierto tacto para comprender el gran idioma de los mares. Uno encuentra triste el Océano cuando, desde las torres de Amsterdam, el Zuiderzée se aparece terroso y con ondas plomizas: cuando, desde los méganos de Scheveningen, divísanse desplomarse sus aguas, dispuestas á cada momento á salvar el dique.

Batiste hasta se estremeció viendo cómo la pobre Pepeta abrazaba á Teresa y su hija, confundiendo sus lágrimas con las de éstas. No; allí no había doblez: era una víctima; por eso sabía comprender la desgracia de ellos, que eran víctimas también. La mujercita se enjugó las lágrimas. Reapareció en ella la hembra animosa y fuerte, acostumbrada á un trabajo brutal para mantener su casa.

Libre ya doña Inés de tanta extraordinaria faena, se consagró con mayor atención al estudio de la historia contemporánea, y al cabo, auxiliada por los datos que le suministraba Crispina, y valiéndose de su rara sagacidad, vino a comprender que no era a la madre, sino a la hija, a quien cortejaba don Paco.