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Reyes, volviendo grupas, seguro de su soledad, inmóvil en medio del camino, permaneció contemplando el rincón melancólico de que se alejaba, como si allí dejara algo.

Quizá el elemento de los celos no estaba apagado del todo en su apasionado y pequeño corazón. Quizá sería tan sólo que las redondas curvas y la rolliza silueta, ofrecen una superficie más extensa y apta para el roce. Pero como que tales efervescencias estaban bajo la autoridad del maestro, su enemistad a veces tomaba una forma nueva que no se dejaba reprender.

CAP. XIV. Como fe partieron los quatro Chriftianos.

Acaso ¡ay Dios! profanen mi memoria al ver que no les dejo por herencia más que mis sueños de mentida gloria y el terrible luchar de la existencia... ¡Oh! que crees y que en Dios confias, que sabes rezar, madre adorada, dime, por Dios, una oracion; aprenda yo de tus labios, como en otros dias, una plegaria que la apagada haga en renacer... Pero es en vano.

Se protesta, sin embargo, que la nomenclatura, á que aludimos, es tan exacta y abraza de tal modo las varias clases de comedias, así en su fondo como en su forma, y las determina con tanto rigor, que no puede haber ninguna que no esté comprendida en ella, y no pertenezca á ésta ó la otra clase.

En rigor, pudiera arrastrar conmigo tu cuna como las pobres «reliquias» de mi madre, pero no su tumba; y cuando se baja la cuesta de los cincuenta años los muertos atraen más aún que los vivos. Gracias a Dios, tía Liette, como decías hace un momento, estás buena y sana, y yo, que no vivo con mis recuerdos, desearía otra compañía.

Tres cig...aaaarros, señor menistrad...ooooor, tres cig...aaaarros sólo, que aun yo de aquí viva no saaaal...ga si otra triste hilacha de taaaaab...aco apañé... que yo no lo hiiiice por cudicia, tan cierto como que Dios bendito está en los diiiivinos sielos, sino que el marido me da con el formón, que, perdonando la cara de usté, en una pierna me cortó la carne, que puedo enseñar la llaga, que aún no curó... Y él sólo quería el tabaco para fuuumar, que no era para vender ni hacer negocio.... Y ahora yo pierdo el pan, y mis hijos también.... Porque escuche, y perdone: él me decía: «Ya que no traes cuartos hace un mes a la casa, tan siquiera trae cigarros...».

Veíase demasiado la trampa; pretendían comprometerme en un negocio puerco. ¡No iban a ir con semejantes destinos a un imbécil como yo...! EL JUEZ. ¡Justo!

Tal vez esta creencia equivale a una cobardía: no puedes comprenderme, Alcaparrón. Pero, ¡ay! ¡la Muerte! ¡la incógnita, que nos espía y nos sigue, burlándose de nuestras soberbias y nuestras satisfacciones!... Yo la desprecio, me río de ella, la espero sin miedo para descansar de una vez: y como yo, muchísimos.

He pensado en darme la muerte... pero la vida que llevo es un suicidio como cualquier otro... con el descrédito y la vergüenza además. ¡Señor de Pierrepont... cálmese, se lo ruego... cálmese!...