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Había comido mal, dejando casi intactos los platos; en cambio había bebido una botella de Borgoña famoso, y varias copas de licor á continuación de dos tazas de café. Desde la escalinata del hotel abarcó en una mirada destructora la plaza, el Casino, los jardines.

Particularmente cuando se presentó Cirilo su confusión fue tan grande que Clara, advirtiéndola, se apresuró a sacarla de la estancia y llevarla a su gabinete y allí la dejó entretenida con el niño. Se pasó recado al hotel de la Castellana para que enviasen el coche con el equipaje y, después que hubieron comido, las tres mujeres se dirigieron a la estación.

Los más insignificantes pormenores de tan hermoso sueño teníalos presentes cual si acabaran de efectuarse. Podría decir cuántas veces había llovido en aquellos quince días, qué había comido y bebido, de qué color eran los pantalones que gastaba.

Estaba cansado; en todo el día no había comido más que el currusco de pan que le dio su tía al ir al trabajo. ¡Y había dado tantas vueltas a la rueda en el aposento obscuro del soguero!... ¡Y corrió tanto después para ir desde la calle de las Amazonas a su casa!... ¡Tenía un hambre tan atroz y una sed!...; sobre todo, una sed de padre y muy señor mío.

Yo continuó Fortunato les dije que no se apurasen; que habrías comido en casa de Carraspique, o en casa de Páez; como los dos están de días.... Y eso habrá sido, ¿verdad? ¿Con Carraspique habrás comido? ¡No, señor! ¿Con Páez? ¡No, señor! ¡Mi madre... mi madre me trata como a un niño! Te quiere tanto, la pobrecita... Pero esto es demasiado....

Mucho, mucho, y tengo que decir a usted que era uno de los hombres más sencillos, hablemos claramente, más tonto que han comido pan en el mundo. Le traté mucho. ¡Qué hombre, Santo Dios! Una vez le hicimos creer que con miga de pan se quitaban las canas, y andaba con la cabeza hecha una panadería.

Ya se había comido a muchos de ellos. El rey había enviado mucha gente para matarlo. Algunos de estos hombres se habían fugado por miedo; el jabalí se había comido a los 15 otros. Dijeron al rey que había en la ciudad un hombre muy valiente que se llamaba Don Juan Bolondrón Matasiete. ¡Oh! dijo el rey. Debo conocer a este hombre. Díganle que venga al palacio al instante.

Todo lo que había comido era para él como si su estómago fuese una cesta ó una caja, y hubiera encerrado en ella mil manjares de cartón que ni se digerían, ni alimentaban, ni tenían peso, substancia ni gusto. Además, no se sentía dueño de sus movimientos, y tenía que andar con cierto compás difícil. Notaba en su cuerpo una gran dureza, como si todo él fuese hueso, madera ó barro.

Hemos naufragado en estas costas, arrojados por la tempestad, y trataba de llegar al río Durga, para luego ir a las islas Arrú y desde allí volver a mi patria. ¿Y no has visto a los arfakis? Ni a uno siquiera. ¿Qué es lo que ha ocurrido a mi hijo? ¿Pero cómo quieres que lo sepa? ¿Son amigos tuyos los arfakis? Si los hubiera encontrado, me habrían comido.

Pudiera suceder que las olas tuviesen más caridad que algunos corazones, y esta noche nos arrojasen alguna cosa, remedio de nuestra pobreza. ¡Las olas no tienen caridad! Para muchos la tuvieron.... Y no hay otra playa como esta, adonde salgan tantas tablas de navíos. Y por veces cosas de gran riqueza.... Plata fina, y joyas.... ¡Y también algún ahogado comido de los peces!