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Columnas, grandes y pequeñas, de sosten y de peso, entraron mas de 4300, traidas algunas de Roma, 19 de tierra de cristianos, probablemente de Narbona, 140 regaladas por el emperador griego, 1013 de mármol verde y rosa de Cartagena de Africa, Tunez y otras plazas de allende el Estrecho; las demas sacadas de las canteras del Andalús, como las de mármol negro y blanco de Tarragona y Almería, y las de mármol de aguas de Raya.

Un pedazo de columna de pórfido más fino también por labrar de cerca de vara y media de largo y cerca de tres cuartas de diámetro. Cuatro columnas de jaspe verde de ocho cuartas y media de alto y cerca de una cuarta de diámetro; la una quebrada por la mitad y la otra por varias partes.

Casi todas son rectas como columnas, y la extensión abierta entre los fustes permiten á la vista alcanzar largas distancias.

Las treinta y cuatro columnas, altas, delgadas y sencillas, que sostienen la plataforma de esta gran fábrica, dan al edificio una gracia ateniense, fantástica, aérea; parece que nadan por la atmósfera. Aquellas columnas tienen la arrogancia atrevida y la idealidad misteriosa del obelisco.

El palacio, situado sobre una plaza á la márgen derecha del Saona y dándole el frente, tiene una espléndida fachada monumental reposando sobre un inmenso peristilo, que empieza en enormes graderías y remata en veinticuatro grandiosas columnas de órden dórico, de piedra pura, que sostienen la masa exterior.

El gabinete era un nido tibio y hermoso, lleno de perfumes penetrantes; contiguo a él, separada por columnas doradas de madera y por una cortina de damasco azul, estaba la alcoba.

Llegar a la India, ponerse en contacto con sus riquezas, apoderarse de sus pedrerías y sus especias de exótico perfume, entrar en la ciudad de Quinsay, urbe monstruosa de treinta y cinco leguas de ámbito con «doscientos puentes de mármol, sobre gruesas columnas de extraña magnificencia», fue el ensueño con que empezó su vida el siglo XV, para no finalizar hasta haberlo realizado.

»¡Cuán egoísta soy! ¡Empeñarme en verme acompañado en mi tristeza, siendo así que no comparto la tristeza ajena! »Por fin he llegado a recorrer con mi vista las columnas de esos periódicos que me causaban enojo y hoy los leo con cierta curiosidad... »¿Sabe usted que casi hace ya tres meses que falto de París? ¡Con qué rapidez transcurre el tiempo lo mismo para el dolor que para el gozo!... ¡Ah!

Enredóse una discusión política que se prolongó bastante tiempo. Repitiéronse hasta la saciedad todos los lugares comunes que á la sazón llenaban las columnas de los periódicos. Si á D. Lino le faltase este cachito de discusión que por su edad y prestigio venía siempre á reducirse á un monólogo conservador, no tendría ganas de cenar al irse á casa.

Este es el motivo por el cual estoy tomando todas las medidas del caso, para recibirlos dignamente á su regreso, si es que logran regresar, pues como tengo mis motivos para presumir la ruta que se proponen seguir, he situado también algunas columnas en el camino que, según mis cálculos, intentan recorrer en su viaje de regreso.