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La vida de los habitantes del nido era tan dulce como la de todos los que esperan, como la de todos aquellos para quienes en el despacho del teatro de la ilusion no ha aparecido aún el fatídico letrero de «No hay billetesCasi todos eran republicanos, y no eran más, porque no habia más que ser; y el único decididamente afiliado en el partido conservador, pensaba con seriedad en la conveniencia de escribir un drama político-filosófico-social probando que los casamientos de Estado son una infamia intolerable, que un rey debe casarse por amor y dar su mano á una fregona de palacio, si ésta, con la bondad de sus prendas y la belleza de su palmito, ha logrado inclinar el ánimo de S.M. desde las ventanas de la régia cámara hasta los respiraderos de las régias cocinas.

Ahora, todavía, a pesar de haber pasado los malos tiempos y de la fortuna con tantos esfuerzos adquirida, ambos, el hombre y la mujer, eran quienes se levantaban primero en la granja. A aquella hora matutina, oía sus idas y venidas por las grandes cocinas de la planta baja, vigilando el café de los trabajadores.

Rara vez buscaban su comida en el campo; se alimentaban con los garbanzos sobrantes de los cocidos de Madrid; rumiaban en sus pesebres lo que el día anterior había pasado por las cocinas de la población, y este alimento de animal civilizado parecía avivar su inteligencia. Jamás habían sentido el fresco contacto de la tijera ni el benéfico roce de la almohaza.

Hoy por la mañana, apenas me vi libre de negocios, me fuí á las cocinas... á cumplir con mi obligación... y me encontré en ellas á ese infame Cosme Aldaba... No os entiendo bien... Al resultado... al resultado. El resultado ha sido que se ha servido en el almuerzo de su majestad la reina una perdiz envenenada.

Señor Gómez Puente dijo al oficial mayor, que adelantó cuchilla y tenedor en mano , ¿qué hacéis? Salpimento unos lechones, señor Francisco contestó el oficial mayor. Muchas gracias, señor Gómez dijo Montiño. ¿De qué, señor Francisco? dijo el oficial mayor. Todo está en orden, todo limpio, todo á punto; parece que no he faltado yo de las cocinas. Vos nos tenéis acostumbrados á trabajar bien.

¡Bah! madre Luisa está irritadilla... pero eso se le pasará: ¿no es verdad, madre? ¡Eh! ¡no! dijo Luisa. ¡Todo sea por Dios! dijo Montiño ; voy á las cocinas, que ya es tiempo de que yo vuelva de nuevo á mi obligación; quiera Dios que cuando vuelva te encuentre de mejor humor, mujer. Y Montiño salió y se trasladó á las cocinas.

Díjome que, en efecto, á principios de la noche había estado en las cocinas un hidalgo preguntando por su tío, y que le habían encaminado á casa de vuecencia, donde se encontraba el cocinero mayor. ¿Volveríais á mi casa? Volví. ¿Preguntaríais á la servidumbre? Pregunté. ¿Y qué averiguásteis?

En cuanto a Webster, el regente, lo tomó con más sangre fría: felizmente ignoraba que durante dos días los chinos de los lavaderos, de las minerías, de las cocinas, miraban por la puerta de los talleres con la cara radiante de malicia; incluso que nos hicieron un pedido de trescientos ejemplares sueltos de La Estrella del Norte, para los lavaderos de la población.

Cada pata de la mesa sostenía en torno de ella un camino en espiral, por el que podían subir y bajar los servidores. Uno de estos caminos hasta tenía la anchura y el suave declive necesarios para que ascendiesen por sus revueltas los portadores de literas. En el fondo de la Galería se habían improvisado varias cocinas para la alimentación del gigante, sus guardianes y su servidumbre.

Por lo demás, el pueblo de la ciudad, compuesto de artesanos, participa del espíritu de las clases altas; el maestro zapatero se daba los aires de doctor en zapatería y os enderezaba un texto latino al tomaros gravemente la medida; el ergo andaba por las cocinas, en boca de los mendigos y locos de la ciudad, y toda disputa entre ganapanes tomaba el tono y forma de las conclusiones.