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Arreglole el descompuesto traje, y le puso a los pies un taburete, estirándole la bata de manera que se los tapase. Lucía seguía inmóvil, murmurando palabras en voz baja, divagando un poco aún, pero ya con más ilación, y discurso más claro.

¡Claro está que no! masculló Amaury. En tal caso concluyó Felipe, con acento triunfal, debes confesar que no es tan grave mi delito, y hasta disculpar mi amor hacia Antoñita. ¿Y a qué me importa que la ames o no? dijo Amaury. A tal grosería contestó Felipe sonriendo con la mayor impertinencia: Querido Amaury, eso es cuenta mía.

Deseaba que el poderoso sol se filtrase por la lona del toldo y me abatiese, aniquilase mi conciencia, me transformase en una piedra, en una planta, en algo que no pensase ni sintiese. Comprendía que mi actitud y mi semblante denotaban demasiado claro lo que pasaba en mi espíritu, que me estaba poniendo en ridículo. Nada me importaba.

Volviose estremecida doña Guiomar, y vio que de rodillas estaba junto a ella, no una imagen vana, ni una sombra, sino un hombre, con atavío de soldado, que anhelante la miraba, y que parecía que quería hablar y no podía, aunque harto claro decía lo que sentía el temblor que todo su cuerpo agitaba.

Entonces no me queda mas que un ser extenso: el cual, si le despojo de la movilidad, se reduce á una porcion de espacio igual al volúmen de la naranja. Claro es que estas abstracciones puedo hacerlas sobre el universo entero: lo que me dará la idea de todo el espacio en que está el universo.

Esa negra masa de nubes, antes terror, barrera de los navegantes, esa noche súbita que se extiende sobre las aguas, es precisamente la salvación, la facilidad protectora que suaviza nuestro viaje, y nos conduce como por la mano á disfrutar del espléndido sol, del claro cielo del Sur, de la dulzura de los vientos regulares.

no has visto el cielo en un día claro: hijito, parece que llueven bendiciones.... Yo no creo que pueda haber malos, no, no los puede haber, si vuelven la cara hacia arriba y ven aquel ojazo que nos está mirando. Tu religiosidad, querida Nelilla, está llena de supersticiones. Yo te enseñaré ideas mejores.

No digo eso, Sandoval, contestaba Pecson sonriendo hasta enseñar su muela de juicio; el General para tiene propio criterio, esto es, el criterio de todos los que están al alcance de su mano... ¡Eso está claro! ¡Dale bola!

Era un joven alto, vestido acaso con elegancia demasiado cuidada, según el juego perfecto que hacían la ancha corbata azul oscuro, la camisa finamente rayada de azul claro, el rosado rostro lleno de salud y los vivos ojos grises. La mirada de estos ojos era franca y tenía cierta protectora bondad cuando reía. Toda su persona demostraba cortesanía y dicha de vivir.

Verdad que al legítimo marqués de Ulloa, que era Grande de España de primera clase, duque de algo, marqués tres veces y conde dos lo menos, nadie le conocía en Madrid sino por el ducado, por aquello de que baza mayor quita menor, aun cuando el título de Ulloa, radicado en el claro solar de Cabreira de Portugal, pudiese ganar en antigüedad y estimación a los más eminentes.