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Pero ¿quién es esa Clarita? ¡Valiente apunte será la tal...!

Por lo demás, el padre Jacinto era leal y no abusó de su derecho de hablar en secreto con Clarita para excitarla en contra de la boda con Don Casimiro. Sólo una noticia se atrevió á dar á Clarita por instigación de D. Fadrique: que D. Carlos, amonestado por el Comendador, se había vuelto á Sevilla con sus padres.

Tiene unos chistes que es para morirse de risa. Hay uno sobre todo, el que hizo más efecto... ¿Está por ahí Clarita? ¿No ha venido todavía...? Pues entonces os lo diré... Y bajó un poco la voz y lo contó. Elena soltó la carcajada. Reynoso se contentó con sonreír.

Notando después que Lucía no tenía más que decir y aguardaba respuesta, el Comendador hizo un esfuerzo para aparentar serenidad, y dijo á su sobrina: Ve, hija mía; ve á cumplir con ese deber de caridad y de amistad para con Clarita. Procura consolarla. ¡Ojalá que el padecimiento de Doña Blanca no tenga peores consecuencias! Voy volando, replicó Lucía.

¿A ver? Usted va á entrar en un momento en que Clarita esté sola. ¿Sola? Pues esos demonios, si salen alguna vez, ¿la dejarán allí? . ¿Y cuándo salen? Yo me encargo de averiguarlo y de arreglar eso. Explícate mejor. Lo primero que usted debe hacer, señor don Claudio es escribir una carta á la niña. Yo también me encargo de eso.