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Obdulia no replicó. Muda y con el corazón apretado por una pena extraña, siguió marchando al lado del clérigo.

Mientras Romualda sube, dejando al buen clérigo y su acompañante en la puerta del establecimiento, digamos cómo de la opulencia y desahogo de la carnecería pasó aquella desmoralizada familia a la estrechez de un miserable comercio de agua y vino.

Ni Federico ni nadie.... ¡Déjame en paz!... mira, aquí está el padre Ortega; levántate. #Más personajes.# Un clérigo alto, de rostro pálido y redondo, joven aún, con ojos azules y mirada vaga de miope, apareció en la puerta. Todos se levantaron. La marquesa de Alcudia avanzó rápidamente y fué a besarle la mano. Detrás de ella hicieron lo mismo sus hijas, Mariana y las demás señoras de la tertulia.

El clérigo tampoco los tenía, pero se los pidió a su madrina y se los entregó ruborizado. Ella los aceptó sin vergüenza alguna, como la cosa más natural. Otro día le llevó a la iglesia el paquete de cartas del novio que había tenido para que las leyese. Al día siguiente le confesó, sonriendo, que no había sido para ponérselo a una amiga que acababa de morir, sino para traerlo ella sobre el pecho.

¡Jesús! ¡Jesús! ¡Vaya todo por Dios! exclamó el clérigo tapándose los oídos, pero sin enfadarse. No sea usted tan malo, D. Martín. D.ª Eloisa, que bien advertía lo que estaba pasando, se levantó al fin de la silla y vino hacia ellos, preguntando con mal humor: ¿No juegan hoy al tresillo? Vamos allá, vamos allá respondió su marido, sofocando la risa que le fluía del cuerpo, como a los demás.

Hacía pocos días había regalado al capellán una colcha de crochet que era una verdadera maravilla de trabajo pacienzudo y habilidoso. Por cierto que la viuda, al verla sobre la cama del clérigo, experimentó un vivo disgusto y lloró muchas lágrimas en secreto.

Y en efecto, á los pocos días llegaron á Sevilla los primeros inquisidores, que fueron el provincial fray Miguel, el vicario fray Juan, del orden de Santo Domingo, y el doctor Medina, clérigo de San Pedro, los cuales eran tres mozos como escogidos de intento para la misión que se proponían llevar á cabo.

Fray Miguel había sido soldado y poeta, que eran las dos profesiones, por las cuales, no siendo clérigo o fraile, podía un hombre del estado llano en aquella edad encumbrarse o darse a conocer al menos. Fray Miguel había trabajado en balde. No decidiremos aquí si fue la capacidad o si fue la ventura lo que le faltó en su empresa.

¿Cómo, cómo? preguntó asustado el clérigo. Pues muy sencillo; ayudando a que se eleve el precio de la mercancía. Recuerde el ejemplo de Carmen la zapatillera...

, señor; , señor... comprendido, perfectamente comprendido clamaron los dos al unísono. Antes hubieran uno y otro recibido este jicarazo dijo el clérigo ; pero me ha costado un trabajo enorme averiguar dónde residían.