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Y aceptando esos defectos como un elemento, se idealiza tambien, se piensa, se inclina á los demás á que piensen igualmente, y se agrupan, se preparan y conservan pequeños monumentos de arte, para los que han de estudiarnos mañana y levantar el grande monumento de la historia de nuestra civilizacion.

La verdad es que no hay en nuestro gran teatro español otros personajes que vivan como aquellos. ¿Fue mengua de nuestros poetas o de la fortuna? Shakspeare escribió para un pueblo que empezaba a ser grande, que iba a extender su imperio, a mejorar su civilización castiza y propia, a difundirla y a hacerla valer por todas las regiones del mundo.

Todo aquello es curioso, interesante para la crónica en mayor ó menor grado, pero impresiona poco el ánimo del hijo del Nuevo Mundo que, educado en la escuela todavía turbulenta de la democracia, no puede mirar con interes aquellas reliquias de los antiguos dominadores de Europa, grandes figuras de una civilizacion sepultada para siempre.

El turbulento reinado del inmediato sucesor de Alfonso X, no fué el más á propósito para favorecer el desarrollo de ningún arte. Verdad es, que tanto más propicias fueron después las circunstancias, cuando empuñó el cetro Alfonso XI, celoso protector de las ciencias y de la civilización.

Por supuesto, la civilización consiste en la economía de la vida y de los sufrimientos, y en el acrecentamiento correlativo de las amenidades de la existencia. Es legítimo suponer que sin la intervención de la filosofía griega y de la ciencia positiva, la pura civilización cristiana se habría mantenido semibárbara y absolutista, como la islámica.

Los ciudadanos servían á la patria como remeros. Todos sus grandes hombres eran oficiales de marina. Temístocles y Pericles añadía fueron jefes de escuadra, que luego de mandar buques gobernaron á su país. Por eso la civilización griega se había esparcido y hecho inmortal, en vez de achicarse y desaparecer sin fruto, como otras de tierras adentro.

Todo esto formaba ya un conjunto de conocimientos, un sistema entero, informando una civilización italiana y católica.

Acaso no hay en Francia una ciudad que revele mejor que Lyon el paso sucesivo de las razas y las dominaciones que en esa nacion han figurado, y el contraste vigoroso de los escombros ó monumentos de la vieja civilizacion con las maravillas de la época presente.

La civilización, al compás que crece, propende a nivelar a los civilizados. Y esto en todo y para todos. El macedón Alejandro es cien veces mayor y más transcendente por sus actos que Napoleón I. En el día no se concibe la posibilidad del caso estupendo y único de una ciudad como Roma, que llega a enseñorearse de más de la mitad del mundo entonces conocido.

No se refiere el epígrafe a la respetable clase social que nos aliña las prendas internas, empleando ese producto que es el signo externo de la civilización: el almidón. No creemos habernos excedido al aplicar a las planchadoras el calificativo de respetable clase social. Su misión no puede ser más importante. Gracias a ellas se produce en la vida cierta nivelación.