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Uno de los fusilados en esa ocasión fué Frasquito, muchacho andaluz muy popular por sus chistes y agudezas, y que era el amanuense de Rodil. Al recibir Rodil la carta u oficio en que Canterac le transcribía el artículo de capitulación concerniente al Callao, exclamó furioso: ¡Canario! Que capitulen ellos que se dejaron derrotar, y no yo. ¿Abogaderas conmigo?

Apenas dice una palabreja aguda, ya te mira á la cara á ver qué gesto pones... Trae de casa los chistes almacenados para ir largándolos poco á poco á modo de anzuelos...

Por otra parte, yo me atrevo a sostener que en la más desvergonzada zarzuela bufa no hay la quinta parte de los chistes primaverales o verdosos que en muchas comedias de Tirso, que en muchos sainetes de don Ramón de la Cruz y que en muchas otras producciones dramáticas de nuestro gran teatro clásico.

Le dejo ver un chiquito de mi alma, alguna rareza mía, y después me asusto de que él pueda adivinarme toda". "28 de marzo. "Hemos jugado anoche a la lotería por moneditas, con Julio y varios muchachos que también estuvieron. Pero Julio y Eduardo nos dejaron temprano. Claro, la lotería resulta un juego tan tonto, y tenían tan poca gracia los chistes que hacía uno de los muchachos.

Cuando mamá ríe en Lara los chistes de la Valverde, el general los ríe también; y en el Español no aplaude a la Guerrerito hasta que mamá la aplaude. En política ambos están siempre de acuerdo. En lo único en que el general no conviene con mamá y le arma hasta acaloradas disputas, es cuando mamá pondera la elegancia, la discreción y la hermosura de otras señoras.

Ni hubo vara de mimbre, ni ella entró más en costura que cuando estaba soltera; pero en cambio, Pepe Güeto se reía como un loco, sobre todo con los chistes de su mujer, que le hacían mucha gracia, y con sus risas que tenían para él mucho de agradablemente contagioso. Para doña Luz pasaron entre tanto los meses, sin otra novedad que el cambio alternado y regular de las estaciones.

Los chistes jamás se hacían viejos para él. Las señoras apartaron prontamente su atención de los tresillistas así que comenzaron a disputar. Todas las noches había una porción de reyertas como ésta.

Y como oyese en cierta ocasión, en boca de algunos compañeros de armas, groseros chistes en ofensa de su señora, no pudo contenerse y se decidió a castigarlos de palabras y aun de obras. Por dicha, Nuño acudió a tiempo y pudo evitar la inminente lucha, calmando los ánimos, restableciendo la paz y procurando que no se divulgase lo que había ocurrido.

El barbero, que era leído, escribido y muy redicho; la encajera, que la daba de fina, y la comadrona, que gastaba unos chistes del tamaño de su panza, compitieron en donaire burlándose de la rusticidad del mozo.

Las burlas y los chistes con que Rafaela se vengaba de la silba, hacían mucha gracia al señor de Figueredo, quien se consideraba también vejado, lastimado, silbado y rechazado por la sociedad elegante de Río.