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Si mi familia se empeña en tratarme como a un chiquillo, yo le probaré a mi familia que soy hombre». Pero se quedó helado al suponer la contestación de su tía, que seguramente sería esta: «¿Qué habías de ser hombre, qué habías de ser...?». Cuando el buen chico se levantó al día siguiente, que era domingo, ya doña Lupe había vuelto de misa.

Muchas veces, al hablar de Gallardo, «un chico valiente pero con poco arte», miraban temerosos hacia la puerta. Que viene Pepe decían, y la conversación quedaba rota. Entraba Pepe agitando sobre su cabeza el papel de un telegrama. ¿Tienen ustedes noticias de Santander?... Aquí están: Gallardo, dos estocadas dos toros, y en el segundo la oreja. Nada; lo que yo digo: ¡el primer hombre del mundo!

Entre aquellos dos niños el uno grande y el otro chico nació súbitamente una tierna simpatía. Cuando la niñera quiso tomarle de nuevo en brazos Paquito se resistió fuertemente, persistiendo en agarrarse al cuello del marqués, que entusiasmado con tal preferencia no cesaba de acariciarle y divertirle con todo el repertorio de sus payasadas.

Aunque algo avergonzado a causa de la risa que a Miguel le acometió, no tardó en reponerse y manifestarle cómo se estaba ensayando en los cambios, salidas y cuarteos, pues era uno de los banderilleros que el domingo debían trabajar en los Campos. Pero esa silla me parece que se debe aplomar algo en la suerte de palos dijo Miguel. Chico, no tengo otra cosa.

D. Gaspar de Silva, poeta famoso en la villa, tanto por sus versos como por sus callos, sufrió la operación cesárea de uno de éstos que le hizo con gran destreza el chico mayor de D.ª Trinidad. De igual modo otra porción de vecinos respetables experimentaron molestias sin cuento en aquella mañana memorable en que por vez primera cantaba misa un joven de la villa.

Como Juan se hallaba en plena luz, ninguna contracción de sus rasgos escapó, en breve, a María Teresa; comprendió la emoción intensa y dolorosa que le hacía vibrar ante sus menores ademanes y los de Huberto. Incapaz de continuar haciendo sufrir a Juan semejante suplicio, María Teresa se levantó. ¡Soy muy mala dueña de casa, señores! Puesto que mamá duerme podemos pasar al salón chico.

Por esa influencia magnética que los ojos poseen y que todos han podido comprobar, nuestra dama no tardo mucho tiempo en volver los suyos hacia el sitio donde el joven vibraba rayos de admiración apasionada. Tornó a nublarse su rostro; volvió a advertirse en sus labios un movimiento de impaciencia, como si el pobre chico la injuriase con su adoración.

Cuando al fin salieron a la calle, le dijo: ¿Y qué piensa V. hacer mañana, D. Facundo, con todos esos datos que ha tomado? Procuraré comprobarlos; tengo muchos conocimientos entre los pobres de Madrid. Después trataré de sacar para ella la ración de San Vicente de Paul y mandar al chico primero a un colegio. ¿Por cuenta de V.? Es muy barato: no vayas a creer que se trata de una gran cantidad.

¿Uno? ¡Cuatro mil; un millón!... eres un infeliz, chico, y no sabes lo mala que es esa gente». Siguieron hablando de esto, y al día siguiente hablaron de lo mismo, porque Isidora, cuando tomaba en su boca este asunto, no lo soltaba fácilmente.

Le miraba a través de sus gafas con insistencia: el chico debía estar en el secreto de la verdadera situación de su padre, porque ésta no puede ocultarse en el hogar; si los cimientos de la fortuna de Esteven seguían inconmovibles, ¿por qué le había buscado a él, don Raimundo?