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El médico de guardia conocía a Maxi, y después de curarle la contusión de la cabeza, que no tenía importancia, le mandó a su casa al cuidado de los guardias de Orden Público. xi Cuando entró el malaventurado chico en su casa, Fortunata no había aparecido aún.

No alcanzó el tranvía, y se fué a pie, porque tampoco halló coche, y después de media hora de caminata, llegó a la casa indicada, y tocó el llamador: nadie; subió la escalera de caracol, y en el primer descanso, dió dos palmadas: silencio siempre; derrengada casi, sin alientos, siguió subiendo, y allá arriba, campanilleó largo rato, hasta que salió un chico, con cara de Judas, y dijo que el señor no estaba. ¿A qué hora volvía? muy pronto, si quería esperar, que esperara.

Vamos, ¿quién es tu madre, ésa? le preguntó mostrándole una mujer que a la puerta de la casa se hallaba en pie, mirándoles con enternecimiento. ¡Mama! gritó el niño con angustia. ¿Qué te pasa, hijo? dijo la madre riendo. Aún tiene miedo a las monjas, pero ya se le irá quitando dijo la hermana. Todavía hemos de hacer muchas migas, ¿verdad, buen mozo?... Señora, ¿me deja usted ir a lavar el chico?

No mezcle usted mi casa en este asunto. ¡Bonita excusa! tronó el gigante. ¿Qué galimatías es ése? ¿No forma usted parte de la razón social Esteven y Compañía? Pues la casa Esteven y Compañía es la responsable de sus operaciones comerciales. El chico se ahogaba; ¡no poder tapar la boca de aquel animal! Ensayó domesticarlo, con frases cariñosas y acento humilde.

Este era Cabanillas, joven de educación y talento, á quien no se podía ver sin repugnancia alternando con hombres desalmados como Tres Pesetas, Chaleco y el Matutero, que hemos tenido el gusto de conocer al principio de esta puntual narración. Chico decía Núñez, ¿sabes que hemos reñido con los de la Fontana? El lance de la otra noche nos ha obligado á romper con esa canalla.

A pesar de esto, D. Jaime tenía suerte; no se le marchaba un chico: el colegio siempre lleno. Tal vez contribuyese a ello su mismo desorden, que tenía algo de patriarcal; aquella amable indisciplina era muy del gusto de los niños.

El chico estaba envanecido; llegó á Madrid; sus amigotes le llevaron á la Fontana; habló; á la mañana siguiente se mezcló en el tumulto de la procesión del retrato de Riego: chilló en la calle, alborotó, vino la policía, le echó mano y le llevó á la cárcel, donde está. ¿Y su tío no procura sacarlo? Usted no conoce á esa fiera.

Es que pudiera usté creer cualquiera otra cosa; y como es un chico que me carga.... Y eso que es muy buen mozo. Usted no me dice la verdad.... Yo conozco bien á ese chico y que no la esperaría á usted todos los días á estas horas si no tuviera grandes esperanzas por lo menos.... ¿Habrá sido capaz, el muy tunante, de decirle á usté lo que no es?

No, señor. Pues así se llama: Leto... eso es... Y por cierto que el nombre es lo peor que tiene el pobre chico. ¡Lo peor! ¿Y por qué, don Adrián? Porque es feo y hasta un poco... ¿a qué negarlo, qué caray!... Es feo... y raro, vamos.

Pero en lo de las misas que no se volvió atrás, y encargó la mar de ellas, repartiendo además aquella semana más limosnas que de costumbre. Cuando comunicaba sus temores a D. Baldomero, este se echaba a reír y le decía: «El chico es de buena índole. Déjale que se divierta y que la corra. Los jóvenes del día necesitan despabilarse y ver mucho mundo.