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Porque la limpidez de su cutis, la franqueza de su pasión de chica que surgía con adorable libertad de sus ojos brillantes, eran, ya no prueba de pureza, sino de escalón de noble gozo por el que Nébel ascendía triunfal a arrancar de una manotada a la planta podrida la flor que pedía por él. Esta convicción era tan intensa, que Nébel jamás la había besado.

Y a ti te pasará lo mismo. ¡Vaya si te pasará...! Vendiendo el huerto para hacerte dueño de Las Tres Rosas y casarte con esa chica, que, según tengo entendido, es buena persona, hubieras dado gusto a tu tío. Y si te faltaba algo, aquí estaba yo para responder. Conque hubieras venido a decirme: «Tío, necesito esto, lo otro y lo de más allá», estábamos al final de la calle.

-No entiendo cosa de cuantas me decís, chica ni grande. -Pues este libro las dice -me respondió-, que se llama Grandezas de la espada, y es muy bueno y dice milagros; y para que lo creáis, en Rejas que dormiremos esta noche, con dos asadores me veréis hacer maravillas. Y no dudéis que cualquiera que leyere en este libro matará a todos los que quisiere.

, es lo mejor para vivir una... tan ancha dijo Mauricia . Pero a saber cómo vienen las cosas... porque una dice: «esto deseo», y después se pone a hacerlo y ¡tras!, lo que una quería que saliera pez sale rana. estás en grande, chica, y te ha venido Dios a ver.

Presentábanse los primeros madrugadores temblando de frío, y luego de apurar la copa de alcohol o el café de «a perra chica», continuaban su marcha hacia Madrid a la luz macilenta de los reverberos de gas. Acababa de abrirse el fielato y los carreteros se agolpaban en torno de la báscula. Los cántaros de estaño brillaban en largas filas bajo el sombraje de la entrada.

¿A diario, chica?... No si podré dijo él algo intranquilo. ¿No has de poder? ¡Anda, pillín, que no te arrepentirás! ¿Estás siempre sola? Siempre, vidita. Y vive tranquilo: no soy yo como aquella perdida que... Mala voluntad la tienes. Como que me tenías chaladita y me daba ira de verla cómo se burlaba de ti. ¿Qué hacía?

Esperanza sería más rica que Ramoncito, porque la hacienda de D. Julián era sólida y considerable; pero aquél, que tampoco estaba en la calle, tenía ya comenzada con buenos auspicios su carrera política. Los padres de la chica ni se oponían ni alentaban sus pretensiones.

Sus picardías no eran trastadas de chica, sino verdaderas crueldades: el pan qué yo guardaba por si tenía hambre entre horas, me lo quitaba y se lo echaba a los cerdos; a hurtadillas, cargaba el puchero de sal para que luego me regañasen; lo menos que hacía era decirme palabras feas, todo el repertorio que oía a los carreteros, y escupirme a la cara, sin que los Pelusos, ni la mujer ni el marido, pusieran correctivo a sus infamias.

Su nariz no era larga ni chata, ni muy regular ni muy irregular; su boca no era ni grande ni chica; contra sus dientes no podía lanzar nadie un epigrama, pero tampoco, sin hipérbole, podía compararlos con las perlas.

A la chica, que de suyo era tornadiza, la había agarrado el diablo por la, milicia y... ¡échele usted un galgo a su honestidad! Con razón decía uno: Algo tendrá, el matrimonio, cuando necesita bendición de cura.