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El medallón principal ofrecía esmaltada, sobre un fondo de ese azul especial de la pasta tierna, la cara ancha, bonachona y tristota de Luis XVI; en torno, un círculo de medallones más chicos, presentaba las gentiles cabezas de las damas de la corte del rey guillotinado; unas empolvado el pelo, con grandes cestos de flores rematando el edificio colosal del peinado, otras con negras capuchas de encaje anudadas bajo la barbilla; todas impúdicamente descotadas, todas risueñas y compuestas, con fresquísima tez y labios de carmín.

Sobre la platina de la báscula sucedíanse las especies alimenticias en sucia promiscuidad. Caían en ella corderillos degollados, con las lanas manchadas de sangre seca, y momentos después apilábanse en el mismo sitio los quesos y los cestos de verduras.

Debajo de su cúpula gelatinosa se agitaba la madeja de filamentos que les sirve para la locomoción, la nutrición y el amor. No había mas que tirar de los sedales y una nueva presa caía en la barca. Los cestos se iban llenando.

La madre, que trenzaba cestos en un rincón, sintióse alarmada en sus instintos de mujer. Su alma simple se dio cuenta del estado de Margalida. El padre, viendo la inquietud de aquellos ojos de animal triste y resignado, intervino oportunamente. «Las nueve y media...» Hubo un movimiento de sorpresa y protesta en el grupo de los atlots.

Doña Manuela marchaba por el estrecho callejón que formaban las huertanas, sentadas en silletas de esparto, teniendo en el regazo la mugrienta balanza, y sobre los cestos, colocados boca abajo, las frescas verduras.

Solamente algunos jóvenes, estudiantes en su mayor parte, fáciles de reconocer por su traje blanquísimo y su porte aliñado, se atrevían á circular de popa á proa, saltando por encima de cestos y cajas, alegres con la perspectiva de las próximas vacaciones.

17 Y comieron todos, y se saciaron; y alzaron lo que les sobró, doce cestos de pedazos. 18 Y aconteció que estando él solo orando, estaban con él los discípulos; y les preguntó diciendo: ¿Quién dice el pueblo que soy? 19 Y ellos respondieron, y dijeron: Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros, que algún profeta de los antiguos ha resucitado. 20 Y les dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy?

Los recuerdos de la niñez seguían despertándose en él a la vista de la vieja escalera con su pasamano de caoba, rematado por un leoncito borroso y gastado, y de sus peldaños de azulejos del siglo anterior, en los cuales veíanse navios sobre un mar morado, con banderas más grandes que el casco, embozados de gruesas pantorrillas blancas con sombrero de picos y huertanas con cestos de frutas, todo en colores tostados y chillones.

Desembocaban los automóviles en el muelle a toda velocidad, viniendo a detenerse frente al buque, al otro lado de la verja. Junto con los pasajeros subían al trasatlántico grandes ramos de flores, cestos de frutas tropicales, monos y loros que saltaban sobre los hombros de sus nuevos dueños pugnando por libertarse de las ataduras que los retenían.

Colgaban del techo pintado el fresco de unas caprichosas guirnaldas de hojas y flores como las de la enredadera, unos cestos de alambre cubiertos de cera roja, que les hacía parecer de coral, todos llenos de florecillas naturales, brillantes y pequeñas, y a menudo adornados con las hebras de una parásita que crecía sobre los árboles viejos de la finca, y era, por su verde blancuzco y por crecer en hilos, como las canas de aquella arboleda.