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Puesto que no se encuentran moñas, llevaremos otra cosa. ¿Has visto por ahí, en el Prado y Recoletos, a un tío muy feo que lleva una cesta y en ella, puestos en cañas, formando como un gran árbol, multitud de molinillos de papel dorado y plateado y de todos los colores...? ¿sabes?, ¿molinillos que dan vueltas con el viento, y que los niños compran por dos o tres peniques?

Pero ha sido sólo un momento, claro está; después don Juan me ha dicho: » Don Lorenzo Sarrió me ha encargado que le entregue a usted esta cesta, y Pepita, Lola y Carmen me han dado para usted muchos recuerdos. »Estos recuerdos, Pepita, yo los he encontrado más dulces y más buenos que las tortadas que había dentro de la cesta.

Diciéndolo, iba sacando de la cesta pan, tortilla, carne fiambre y una botella de vino. Enumeraba las provisiones, creyendo que así le despertaría el apetito, y como argumento final le dijo: «Si te empeñas en no comer, me enfado, y no vuelvo más a verte.

Bueno exclamó al fin con súbito arranque . Pues viva Nina, y viva con su moro, y con toda la morería de Argel, y véala yo, y vuelva a casa, aunque se traiga al africano metido en la cesta».

Bueno, bueno... Pues ponte a trabajar para la averiguación de dónde está la tinaja llena de dinero. Yo vendré a sacarla, y como sea verdad, a casarnos tocan». Diciéndolo, recogía en su cesta los restos de comida para marcharse.

No, hijo: no traigo fuego ni hace falta, que bastante achicharradito estás aquí. Te estás quedando más seco que un bacalao. Micor... quierer seco... y arder como paixa. En paja te convertirías si yo te dejara. Pero no te dejo, y ahora vas a comer y beber de lo que traigo en mi cesta. no comier... ser squieleto».

Y entró Narcisa como un huracán, vociferando: Mamá está un poco mala, y yo no puedo estarme aquí llevándoles a ustedes la cesta.... Con que.... Carmen y Salvador se pusieron en pie, sobrecogidos, y los billetes que la muchacha tenía sobre el regazo cayeron desparramados por el suelo. ¿Qué es eso? preguntó colérica la de la casona, con el gozo cruel de haber descubierto una intriga tenebrosa.

Bajó, pues, la santa, y encontró a su amiga un poco adusta, observando los cariñosos extremos de Jacinta con aquel canario de alcoba que estaba en su poder, como si se lo hubiera encontrado en la calle o se lo hubieran puesto en una cesta a la puerta de su casa.

Arreglose para salir, disponiendo el desayuno de la señora, y dando el primer barrido a la casa, y a las siete salía ya con su cesta al brazo por la calle Imperial.

El capellán pasea la estancia de uno a otro testero, con un murmullo de rezo, y los criados, reunidos a la redonda de la cesta colmada de mazorcas, hablan en voz baja. De pronto se oyen pisadas de caballos refrenados ante el portón. DO