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En los tiempos antiguos, cuando floreció el Imperio Romano, llamar á uno César, era señalarle por su sucesor, como lo es entre los Emperadores occidentales el Rey de Romanos, en Francia el Delphin, y en nuestra España el Príncipe.

Ya veis, amados oyentes míos, cómo no siempre es piadoso dar de buen grado al César todo lo que parece suyo.

Venid mas bien conmigo al chirivitil del barbaro español, que hallareis en cualquier entresuelo de casa vieja ó en una tienda que da sobre la calle. Si no teneis barba que rapar no importa: entrad siempre y os divertireis, conociendo un interesante tipo español. Todo barbero charla sin cesar: eso es trivial y universal.

De esta zona ecuatorial, corazón del globo, partían dos ríos de agua tibia, que iban á calentar las costas del Norte. Eran dos corrientes que arrancaban del golfo de Méjico y del mar de Java. Su enorme masa líquida, huyendo sin cesar del Ecuador, determinaba un vasto llamamiento de agua de los polos que venía á ocupar su espacio.

Pues bien, señor, demostradme que sois sincero. Desde hace tiempo me pregunto por qué la condesa os persigue y espía sin cesar. ¿Por qué la amistad que me tenéis le inspira una especie de celos y la pone furiosa?... ¡Bah! es sólo porque me odia, y no le agrada que los servidores tengan por más respeto y afecto que por ella. Quiero creeros... ¿Si me engañarais, sin embargo?

El guardabosque se había repuesto de su sorpresa, pero seguía mirándome fijamente, con expresión de intensa curiosidad no exenta de amenaza. Buenas noches le dije. Buenas noches, señor murmuró, observándome sin cesar, hasta que la rubia exclamó con gran risa: ¡, míralo bien, Juan; es tu color favorito!

El objeto no apareció hasta después de algún tiempo en que el bravo y obstinado don César les insinuó la idea de dar un golpe de mano atrevido que los pusiese repentinamente en aptitud de luchar ventajosamente contra la escasa tropa que había en la provincia. El golpe de mano que el valiente cabecilla les propuso, fue nada menos que apoderarse de la Fábrica de armas de Nieva.

Estas conversaciones se repetían todos los días; el objeto de la murmuración variaba poco, los comentarios menos y las frases de efecto nada. Casi podía anunciarse lo que cada cual iba a decir y cuándo lo diría. Don Álvaro notó que su presencia había hecho cesar alguna conversación. Estaba acostumbrado a ello.

El alcalde, Antero y otros varios se acercaron á él. ¿Qué es eso, D. César? ¿Cómo estamos tan melancólicos en momento como éste? D. César se llevó la mano á la frente con abatimiento y exclamó con voz temblorosa: Señores míos, dispensadme. La alegría desenfrenada que en torno mío contemplo me causa sobresalto. La excesiva prosperidad en los humanos rebaja la dignidad de los inmortales.

Antero pensaba que su tío era una buena persona, un militar valiente, pero algo «arrimado á la cola». D. Félix consideraba á su sobrino, á pesar de los triunfos académicos que ostentaba, como un joven superficial, uno de tantos abogados charlatanes como producía la universidad de Oviedo. ¡Qué diferencia entre estos mocosos que hablaban de todo con impertinente suficiencia y aquellos varones antiguos como su primo César, tan reposados, tan profundos, tan macizos!