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Pero Bettina lo miraba, y de repente díjole a Pablo: Os agradezco mucho, señor, mas estoy fatigada... Detengámonos, os ruego... ¿Me perdonáis, no es verdad? Pablo le ofreció el brazo. No, gracias dijo ella. La puerta acababa de cerrarse. Juan no estaba ya allí. Bettina atravesó el salón corriendo, y Pablo se quedó solo, sin comprender lo que le pasaba.

Todavía se figuró que su mujer aprovecharía aquella ocasión para subir a visitarle. Se puso en pie vivamente y se preparó a meterse en su cuarto tan pronto como sintiese pasos en la escalera. Pero esperó en vano. La señora se dirigió con Dolores hacia el gabinete azul. Sintió cerrarse la puerta tras ellas: luego notó que se abría de nuevo y salía la doncella y tomaba el camino de su cuarto.

Adiós, Isidro dijo con voz grave, al mismo tiempo que se enrojecían sus mejillas. Adiós, Feliciana contestó el joven. Y la siguió con los ojos, admirando su marcha rítmica y graciosa sobre el barro, su cuerpo gentil y esbelto, que iba empequeñeciéndose con la distancia. El sol se ocultó de pronto; volvieron a cerrarse las nubes; ya no brillaron los charcos.

En los primeros instantes que a la venganza de Morsamor se siguieron, parecía que Morsamor iba a triunfar por raro prodigio de su feroz valentía. Los que habían entrado en el edificio con Balarán huyeron al verle muerto. Volvió a cerrarse la puerta por donde habían entrado.

Cuando Lázaro vió cerrarse la puerta de su prisión y sintió perderse en la galería los pasos de su carcelero, miró en torno suyo, y se halló rodeado de la más profunda obscuridad. Luz entraba por una reja que en lo alto de la pared había; pero él, viniendo de la calle, estaba deslumbrado y no veía más que tinieblas. Por un momento le fué difícil darse cuenta de su situación.

He aquí lo sucedido: Una joven marquesa de Saint-Point, a la que se creyó muerta a causa de un prolongado desvanecimiento, acababa de ser enterrada en una fosa abierta en la bóveda de la sepultura; ya la piedra que debía cerrarse bajo los pies del sacerdote estaba colocada sobre el sepulcro.

Cuando estuvieron en el zaguán, el duque se embozó, se cubrió, y abrió la puerta. El alcalde salió. La puerta volvió á cerrarse. Los alguaciles no habían visto más que el hombre encubierto que había franqueado por dos veces la puerta; una para que el alcalde entrase, otra para que saliese.

No había acabado Quevedo de pronunciar estas palabras, cuando rechinó una llave en la cerradura del postigo del duque, se abrió éste, se vió luz y salió un bulto. El postigo volvió á cerrarse. Ahí le tenéis dijo don Francisco en voz baja á Juan . Dejadle que adelante algunos pasos más, y á él. Juan Montiño salió del zaguán y se fué tras aquel bulto.

Pensaba que nuestro matrimonio, la vida de felicidad y de amor que hemos llevado tantos años, debía cerrarse por medio de un acto que la resumiese, instituyéndonos herederos de lo que juntos hemos ganado.... El cariño de los esposos nunca se demuestra mejor que en la última voluntad.... El discurso de Salabert adquiría un tono de elevación moral que pareció preocupar por un instante a su esposa.