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No, la cosa no marchaba a su gusto, y prueba de ello era la corte discreta que hacía a don Raimundo el prestamista, aquel pájaro que no se aventuraba en una empresa, sin probar antes la resistencia de sus alas, tan prudente, que no daba nunca un paso en falso, tan sutil, que no dejaba rastro; la situación empeoraba, apremiaban las deudas, escaseaba el dinero, los Bancos iban a cerrarse, la campana de la liquidación suprema a tocar a rebato... Si la marea subía siempre y llegaba hasta la poltrona de Eneene, su protector y su cómplice, era seguro que las aguas le arrastrarían también a él... Miraba el levitón café de don Raimundo moverse de grupo en grupo, y se decía que quizá su salvación estaba en agarrarse de aquellos faldones y dejarse allí las uñas, antes que soltarlos.

Era un pueblo que vivía sobre la catedral al nivel de los tejados, y al llegar la noche y cerrarse la escalera de la torre quedaba aislado de la ciudad. La tribu semieclesiástica se procreaba y moría en el corazón de Toledo, sin bajar a sus calles, adherida por tradicional instinto a aquella montaña de piedra blanca y calada, cuyos arcos la servían de refugio.

Hasta la entrada de los franceses en el presente siglo subsistió al lado del altar de S. Francisco de Paula, donde se habia colocado tambien la antigua imágen de Nuestra Señora, una tabla que á la letra decia así: «Por la mucha humedad y oscuridad de la capilla que está á espaldas de esta obra, y por el poco culto y escasa decencia con que en ella se servian el depósito del Santísimo Sacramento y las sagradas imágenes de Nuestra Señora de las Huertas ó de Cuteclara, y de nuestro glorioso padre S. Francisco de Paula, se sacaron y colocaron en este retablo y altar, que se les construyó el año de 1715Al cerrarse esta iglesia al culto con la supresion de los regulares, la imágen de Nuestra Señora fué llevada á la colegial de S. Hipólito y puesta en el altar de Jesus Crucificado.

Y la puerta tornó a abrirse y cerrarse suavemente. El señor de Elorza continuó inmóvil, en la misma postura que le había dejado su hija, sentado, con las manos enlazadas y la cabeza inclinada sobre el pecho. El cuarto quedó en tinieblas. Los ruidos de lo exterior se fueron apagando lentamente.

Pero también temía proporcionar con ello armas a sus enemigos; Germana no estaba salvada aún; era jugarse el todo por el todo y se exponía a cerrarse las puertas del matrimonio. Además, por mucho que buscase a su alrededor, no encontraba un hombre que valiese un capricho ni que fuese digno de sustituir por un solo día al señor de Villanera.

Temblaron las puertas, oyose el estrépito de las ventanas al cerrarse con violencia, y aullaron los mastines lúgubremente, tirando de sus cadenas, como si con su mirada de bestias viesen a la tempestad entrar por el portalón sacudiendo su capa de agua y relampagueándola los ojos.

Salimos y bajamos. Cuando la condesa de Rumblar se apartó de nuestra vista; cuando la claridad de la lámpara que ella misma sostenía en alto, dejó de iluminar su rostro, me pareció que aquella figura se había borrado de un lienzo, que había desaparecido, como desaparece la viñeta pintada en la hoja, al cerrarse bruscamente el libro que la contiene.

La verja quedó abierta, y ya no volvió á cerrarse nunca. Terminaba el derecho de propiedad. Se detuvo ante la entrada un automóvil enorme cubierto de polvo y lleno de hombres. Detrás sonaron las bocinas de otros vehículos, que se avisaban al detenerse con seco tirón de frenos.

Pero, si está usted aún preocupado por ese muchacho, ¿por qué no participa de la creencia de su amigo? ¿Por qué no trata de discutir la culpa del condenado? ¡Ah! Eso es imposible. Nos estrellaríamos contra la evidencia, dijo Sorege con fuerza. Negar los hechos materiales y reconocidos, probar, lo inverosímil, cerrarse á la evidencia, no es empresa para un ser sensato.

Entonces el ajimez más elevado lo vi abrirse y cerrarse inciertamente dos o tres veces sin aparecer nadie en el antepecho, hasta que al fin soltáronse por él varias palomas que revolaban caprichosamente por los adarves de las murallas y los cogollos de los árboles: poco o nada me movió la imaginación aquel azar, que yo di por la diversión inocente de algún cautivo infeliz o de alguna esclava desdichada.