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Pregunté si la pasión del juego era general ó al menos bien notable en Bilbao, y me persuadí de que no era así. Alli no hay jugadores. ¿Por qué? Por lo qué hace á la mendicidad, ella no existe en Bilbao ni los demás pueblos vascongados. No vi ni un solo mendigo, y supe que en muchos pueblos la cárcel permanecía frecuentemente cerrada.

Y él oía, y no ya en secreto, no ya en sueño, sino con toda claridad, en plena luz. Un día, errando por la misma montaña donde había servido de guía a su nueva hermana, se encontró delante de la capillita que ella no había podido abrir con su débil mano. La puerta estaba cerrada, como entonces. El joven se detuvo tembloroso; sus pestañas se agitaban sobre los ardientes ojos.

Pero yo te hablo en tu lengua, ¡oh Hispania! porque es su són como música de fuente, como arrullo encantador, y como beso de vírgenes en primaveras de amor. Un labio lejano me ha dicho que tienes cerrada tu puerta... Si es cierto, reforma el capricho: ¡tu puerta ha de estar siempre abierta!

¿Cómo es eso? preguntó la abuela incrédula. Le conté lo que había pasado con Francisca a propósito de San Pablo y el presentimiento que yo tuve de lo que podría hacer la vieja cocinera. ¿Y qué ha dicho el señor cura? pregunté. Estaba tan divertido por esta petición poco común, que no pensaba en decir su opinión. Mira la carta que me ha dado para Celestina. Léela; no está cerrada.

Salió del buque con lúgubre mutismo, como si le llevasen á sufrir tormentos mortales. Luego canturreó sordamente, lo que era en él indicio de honda preocupación. No pudo asistir el joven Telémaco á la entrevista, pero rondó por las inmediaciones de la puerta cerrada, alcanzando á oír algunas palabras en voz más fuerte que se deslizaron por las rendijas.

Un milagro, un favor divino, según parecía, permitían a la boca cerrada para siempre abrirse una vez más para devolver el reposo al muy amado. El doctor exhaló un profundo suspiro: había tomado su resolución. ¿Y si ella lo hubiera pensado, Roberto dijo, si hubiera pensado en contestarte desde el fondo de su tumba? Roberto lanzó un grito y lo asió por la muñeca. ¿Qué quieres decir con eso, tío?

Nadie prestaba atención a estos gritos: era lo de todos los días. La que vagaba por Madrid, sin traer nada, tenía por segura la paliza. Era una exigencia de las buenas costumbres, una tradición venerable: todas ellas habían visto lo mismo en la casa paterna. Cerrada ya la noche, Pepe el cobrador iba de tabuco en tabuco con su talonario.

Los jóvenes bogotanos comparan un mosaico a un concierto clásico a puerta cerrada... y son capaces de montar a caballo y largarse a la hacienda al menor anuncio de un festival semejante. Pero ya he dicho que los jóvenes allí son unos escépticos empedernidos, que no creen en nada, ni aun en las dulzuras de la rima con te.

Siguiendo un corredor, camino de la cocina, dejó a un lado la capilla, que estaba cerrada muchos años, y al otro la puerta del archivo, vasta pieza cuyas ventanas daban sobre el jardín, y en la que había pasado Jaime, de vuelta de sus viajes, muchas tardes, revolviendo legajos guardados tras el enrejado de alambre de vetustas estanterías.

Su madre le lanzaba en la mesa miradas interrogantes; le llamaba aparte para saber cómo iba «aquello»; y cuando él se excusaba con sus ocupaciones en la tienda, estremecíase ante el gesto de dolor de doña Manuela. Fue el Jueves Santo por la mañana cuando Juanito se decidió a emprender el asunto. La tienda estaba cerrada.