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No le ofenda la ingenua sencillez de quien le profesa tanto amor como respeto y si quiere creer en la sinceridad de este pobre corazón que ya es suyo por entero, permítame que le manifieste de palabra toda la ternura y veneración que siento por usted. »Por favor, señorita, déjeme ver de cerca a mi ídolo.

En las orillas del rio Carcarañal ò Tercero, cerca de tres ó cuatro leguas ante que entre en el Paraná, se encuentran muchos huesos de un tamaño extraordinarioque parecen humanos: algunos son mayores que otros, y con proporcion

Cerca de Animalejos había dos pueblos que estaban siempre en guerra uno con otro, porque daba la pícara casualidad de que casi siempre eran sus intereses opuestos. Estos dos pueblos eran Barbaruelo y Cabezudo. Los únicos molinos que había en aquella comarca estaban en jurisdicción de estos dos pueblos, que tenían en los molinos de concejo un gran recurso para levantar las cargas públicas.

La gente baja, menestrales acomodadas, y viejas beatas de medios de vida problemáticos, se aprovechaban del veraneo de las señoras distinguidas, para apoderarse del templo bonito y de sus santos sacerdotes. Pepita y su madre se arrodillaron cerca de un confesonario; el que más gente tenía formada ante sus rejillas. Tardaría mucho en llegarles el turno para la confesión.

=Galería grande del jardín:= En esta galería que es diáfana sobre arcos al plan del jardín hay lo siguiente: Una estátua de la Fortuna de marmol antiguo de diez cuartas de alto sobre una basa de cerca de cinco cuartas de alto. Otra estátua de Júpiter de marmol antigua de diez cuartas de alto y le faltan los dedos de la mano derecha.

Cargaron entre los dos con la caldera, que pesaba cerca de un quintal, y se pusieron en marcha, aligerando lo posible el paso, mientras los dos jóvenes, con los fusiles dispuestos, no perdían de vista a los salvajes, los cuales avanzaban en dispersión para presentar menos blanco a los tiros enemigos. Ya no podía caber duda alguna.

Visto de cerca don Pedro Nolasco y a la luz del día, me pareció mucho más grande y más feo que en la cocina de mi tío, a la luz de la fogata y del candil: mejor que de un ser racional, la piel de su cara, por su aspereza y por su color agrisado, parecía de coloso paquidermo; sus ojos reventones, resultaban verdes con ramajos encarnados; la cabeza descomunal, apenas le cabía entre los hombros hercúleos, y todo su conjunto, con lo grasiento del vestido que le envolvía, se destacaba brutalmente sobre las blanquísimas paredes del salón en que fuimos recibidos; salón viejo, eso , con suelo y viguetería de castaño casi negro, como los muebles que contenía; pero limpio todo y sobado hasta relucir, con algunas chucherías sobre la cómoda y en las paredes, que denunciaban la pulcritud y las delicadezas de una mujer como la que acababa de despedirse de nosotros en el crucero de los pasadizos.

Había tomado parte en la expedición que fue al condado de Niebla con objeto de hostilizar a los franceses por su ala derecha, y que, si menos célebre, no fue menos lastimosa que la de Chiclana, con su célebre batallón del <i>Cerro de la cabeza del Puerco</i>. Acaeció en la jornada del Condado un suceso digno de pasar a la historia, y fue que en ella descalabraron del modo más lamentable a nuestro heroico y por tantos títulos famoso D. Pedro del Congosto, quien en lo más recio de un combate que cerca de San Juan del Puerto trabaron con los nuestros los franceses, metiose denodadamente, llevando en pos a sus cruzados de rojo y amarillo, con lo cual dicen hubo gran risa en el campo francés.

Perseguido por la autoridad militar como presunto autor de este suceso, viví escondido algunos días, cambiando varias veces de refugio, mientras mis amigos me preparaban el embarque secreto en un vapor que iba á zarpar para Italia. Uno de mis alojamientos fué en los altos de un despacho de vinos situado cerca del puerto, propiedad de un joven republicano, que vivía con su madre.

Muy duras estaban; pero él, como labriego experto, quería trabajarlas poco á poco, por secciones; y marcando un cuadro cerca de su barraca, empezó á remover la tierra ayudado por su familia. Los vecinos burlábanse de todos ellos con una ironía que delataba su sorda irritación. ¡Vaya una familia! Eran gitanos como los que duermen debajo de los puentes.