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Cuánto de infinito va de la dicha desparramada en cenizas al pie de cada cama vacía, al radiante rescate de esa misma felicidad quemada, cabe en una sola gota de cocaína!

¿Por qué el despojo de este ser inquieto No se resigna al misterioso olvido, Y el mundo deja con pavor secreto Mirando atras con ojo amortecido? Es porque el alma en nuestro ser revive Guardando el ojo una piadosa gota, Que hasta en la tumba la natura vive Y el fuego estinto de cenizas brota.

Vivo, y me amenaza una eternidad. Quizas yo podre aliviar tus males. Seria necesario llamar los muertos a la vida o hacerme bajar entre ellos a la sepultura. Ensaya el reanimar sus cenizas y hacerlos aparecer bajo una forma cualquiera y a cualquier hora que sea; corta el hilo de mis dias, y sea cual fuere el dolor que acompane mi agonia, no importa, a lo menos sera el ultimo.

Hablaron en broma de lo pasado, como quien revuelve cenizas sin temor a encontrar rescoldo, y, por fin, don Juan, con aquel tono autoritario, propio del hombre que tiene seguridad de haberse portado bien con la mujer a quien habla, le dijo: La verdad: ¿tienes algún lío? Porque no quiero comprometerte. ¡No pasa un alma! Suba usted y hablaremos. ¿Aún me llamas de usted?

Y siendo así que en todos los siglos ha dado contínuas demostraciones de esta verdad la experiencia: sin embargo ha querido la Providencia Divina mostrar más claramente singular su Paternal cuidado con esta su tan favorecida porción de la Iglesia, sacando a luz el fuego de la perfidia que bajo las cenizas del más solapado fingimiento hipócrita, se encubría.

Es que no has pensado nunca en esto... Si experimentas una angustia tan brutal, todo pasará y no te quedarán después sino las cenizas... No te entiendo... no puedo entenderte. Si tu pasión arde así, con esa violencia, quemándote la carne y la sangre, no viene de tu espíritu, sino de tu naturaleza agitada, convulsionada.

La noche de la muerte de Jaime Bolen ocurrió un caso curioso, y fué que, cuando las sombras envolvieron el Prado de San Sebastián, acudieron á él tres hombres, y misteriosamente subieron al Quemadero y recogieron las cenizas de las víctimas, que depositaron con el mayor respeto en una caja que á prevención traían, retirándose muy luego con igual cautela.

Y la quemaron, y apagaron el fuego con vino, y guardaron las cenizas de Héctor en una caja de oro, y cubrieron la caja con un manto de púrpura, y lo pusieron todo en un ataúd, y encima le echaron mucha tierra, hasta que pareció un monte. Y luego hubo gran fiesta en el palacio del rey Príamo. Así acaba la Ilíada, y el cuento de la cólera de Aquiles. Un juego nuevo y otros viejos

En mi pecho, muerta la hoguera, restó un puñado de cenizas de la pasada ilusión; y al verme tan olvidado de la mujer que me amó, para luego envenenarme con una negra traición, cuando quise maldecirla con mi pluma y con mi voz, llorando de pena y rabia, la maldije ¡en español...! Y en tu idioma, que es un iris por su fulgencia y color, voy dando a todos los vientos trozos de mi corazón, mis líricos fantaseos, mis optimismos, mi horror por lo prosaico y mis gritos de protesta y rebelión contra todas las limazas, contra el buho y el halcón, contra la sierpe asquerosa que quiere alzarse hasta el sol, contra "chaturas estéticas" que nos roban la emoción, contra Verres coloniales y su dolar corruptor , y contra todos los hombres que hacen tan fiera irrisión del derecho de mi pueblo a ser su único señor... ¡Oh noble Hispania!

A Patroclo lo llevaron a la pira en procesión, y cada guerrero se cortó un guedejo de sus cabellos, y lo puso sobre el cadáver; y mataron en sacrificio cuatro caballos de guerra y dos perros; y Aquiles mató con su mano los doce prisioneros y los echó a la pira: y el cadáver de Héctor lo dejaron a un lado, como un perro muerto: y quemaron a Patroclo, enfriaron con vino las cenizas, y las pusieron en una urna de oro.