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Un marido que ve á su mujer entrando con un hombre en una secreta alcoba, no habría sentido más ira, ni más celos que Cabesang Tales viendo á aquellos dos dirigirse á sus campos, á los campos por él trabajados y que creía poder legar á sus hijos.

Pensó con desagrado en la visita de Muñoz. ¿Acaso le había atraído a su casa un mal instinto, como atrae al buitre el olor de la presa? Miró con gesto sombrío el marquito de plata vacío, y ahora el robo del retrato le irritó. Inútilmente procuraba rehacer en la memoria la frase que se le había ocurrido en el momento de irse Muñoz. Y sintió que se le metía en el alma la flaqueza de los celos.

¿Y qué hago con esta aflicción que se me ha metido en el alma? Gozarla. ¡Gozarla! decís ¡gozar los celos, la desesperación, la rabia! ¡Ah! ¡todavía no sois bastante desdichada! ¿No? No, porque no gozáis en la desdicha. ¡Decís unas cosas, don Francisco!

Y Rafael, al pensar en esto, sentía celos, cual si tuviera algún derecho sobre aquella mujer, olvidando la crueldad con que le había dicho adiós. Aquella despedida era su remordimiento. Comprendía que Leonora había sido para él la única pasión; el amor que pasa una sola vez en la vida al alcance de la mano.

Os afirmo por mi honor, que no; sabía que contenían un secreto de la reina, y ese secreto no me atormentaba; hubiera querido conocerle porque yo creía que la mujer á quien amaba... Mi supuesto tío tuvo la culpa de que yo creyese, por esas exageraciones, que aquella mujer á quien yo tanto amaba, era su majestad. Y sin embargo de que sentía celos, no leí aquellas cartas.

, ya pregunto; y, realmente, siempre está allí. En cuanto llamo, viene él mismo al aparato. Me dice unas cuantas tonterías porque, eso , es de lo más galante pero, hijita, se queda allí. Entonces, tus celos... Tengo celos del Jockey. Porque si el Jockey está antes que yo, ¡que se hubiera casado con el Jockey! ¿No te parece? No, no me parece.

¿Ves? Pues tiene celos el marido. Lo decía yo.... Si eres un inocentón. ¡Hija, hija, hija! ¡Cualquiera me la pega a , a , en esas cuestiones! Te digo, te digo, que no tenían nada Artegui y Lucía, y Lucía.... Ahora mismo apuesto cuatro onzas, cuatro onzas....

La condesa pronunció esta negación con tal fuerza y mostrando tanta seriedad, que Pedro, sintiendo de improviso una alegría inmensa, infinita, quedó, sin embargo, confuso. No supo más que decir mirando al suelo: ¡Perdóname! Estás perdonado; pero mira... no vuelvas á hacerme preguntas tontas... Tenemos demasiadas cosas en que pensar, para ocuparnos en llorar celos ridículos.

El amor de Dorotea era impuro; si no hubiese tenido celos, y celos de vanidad, hubiera satisfecho su deseo por vos, y á los quince días os hubiera burlado. Don Juan no contestó. Cada una de las palabras de Quevedo, le hacían experimentar el frío de la hoja de un puñal.

Sin embargo, supe, por fortuna, contenerme y guardar silencio, prefiriendo ocultar lo que sabía y esperar el desenvolvimiento de los hechos y de aquella extraordinaria situación. Sin embargo, mi corazón rebosaba de indignación y unos feroces y locos celos lo roían.