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Y como ya no había que hacer cara a las fustas de Aga Mahamud, los más aptos y valerosos de los hombres que tripulaban la flota portuguesa desembarcaron no lejos del castillo, que sólo defendían sesenta hombres, los cuales, de acuerdo con los desembarcados, a quienes desde las almenas y saetías vieron llegar, hicieron a tiempo una salida muy vigorosa, cayendo sobre los sitiadores a quienes los desembarcados atacaron por el flanco y por la espalda.

Ascendieron juntos en el funicular del monte Vomero á las alturas coronadas por el castillo de Sant Elmo y la cartuja de San Martino.

Burlados entonces los invasores, se retirarían, permitiendo al Duque disponer con toda calma del cuerpo del Rey. Sarto, Tarlein y yo en mi lecho oíamos con horror aquellos detalles de la maldad del Duque y de la audacia de su plan. Fuese yo al castillo ocultándome o en pleno día, solo o al frente de mis tropas, el Rey estaba condenado a morir antes de que yo pudiera acercármele.

Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una, porque él por es muy bueno, y la otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio; las razones, cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla con mucha propriedad y entendimiento.

El castillo caía en poder de los guerreros de la Iglesia, y la esposa de Manfredo era conducida á una prisión, donde se extinguía su vida al poco tiempo. La obscuridad tragaba los últimos restos de la familia maldecida por Roma. La muerte rondaba en torno de la basilisa. Todos perecían: su hermano Manfredo, su hermanastro el poético y lamentable Encio, héroe de tantas canciones.

Los carpinteros por egemplo y los tallistas podrian hacer un obsequio poco costoso presentando unas cuantas piezas del artesonado. En fin cuando hay celo no faltan medios. Una fiesta de Iglesia á SANTA ISABEL en el Castillo de la ALJAFERIA hecha por suscripcion podria suministrar algunos fondos. El Excmo. Sr.

»Apoyado en mi brazo, quiso dar un paseo en el parque, paseo que le hizo mucho bien, y volvimos al castillo; en el vestíbulo se presentó a nosotros un hombre que nos aguardaba... ¡Era Gerardo Broschi... era su padre! »Ha pasado un año le dijo el anciano con voz dulce, y me autorizaste para verte transcurrido este tiempo.

Volvió Poldy al castillo aguijoneada por la curiosidad y deseosa de que le descifrase su hermano lo que la tela decía.

Súbese al castillo, de la carretera que gira por la orilla del Rin, por una cuesta en zigzag sombreada por un bosque espeso y delicioso, á cuya salida se llega repentinamente delante de la masa imponente del edificio, cuyas tres torres, altos y gruesos muros y puente levadizo le dan el aspecto de una fortaleza.

Aunque caminase muy ligero, iba mirando al suelo como una persona cuyo espíritu está oprimido por el peso de alguna inquietud. Y hasta de cuando en cuando meneaba la cabeza, volviendo los ojos hacia el castillo, con expresión de tristeza.