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Olvidó su sospecha; olvidó el papel de doña Alvarez y el drama reciente; olvidó como un ebrio, como un insano, que llevaba las ropas de otro hombre; olvidó la máscara que ocultaba su rostro; y pareciole que, después de un sueño desesperante, se encontraba por fin con su amada, esposo y señor, sobre la torre de encantado castillo. Caminó hacia ella y asiola con dulzura.

Sancho vive en el error de haber realizado la venganza que se le encargara, y ejecuta otras hazañas: la casualidad hace que salve la vida á Elvira, hermana de Payo, y que con ella se encamine al castillo de su hermano.

Por mi parte me eché a reír, porque sabía que para mi malparado enemigo no había más que un remedio: venganza. ¿Se sentarán ustedes a mi mesa, señores? pregunté. El joven Ruperto declinó respetuosamente la invitación, alegando que importantes deberes los llamaban al castillo.

El plan se realiza en toda su extensión: D. Sancho es lanzado desde la enhiesta peña, y D. Martín hace creer á los caballeros, que corren de todas partes, que el Rey se ha precipitado víctima de su imprevisión. La escena es de nuevo en el castillo: traen á él el cadáver mutilado del Rey, y en su presencia se descubre la inocencia de Doña Blanca.

El castillo, cuya fundacion data por lo ménos del siglo XIII, y que fué destruido en 1688 por los Franceses, ha sido completamente restaurado en 1845 por la familia real de Prusia, y hoy es una de sus residencias de verano.

Desalentados los que acompañaban a Rodil y convencidos de la esterilidad de esfuerzos y sacrificios, se echaron a conspirar contra su jefe. Clara idea del estado de ánimo de los habitantes del castillo puede dar este pasquín: Como estuvimos estamos, como estamos estaremos, enemigos tenemos y amigos... los esperamos.

El prior escribía que poco después de la partida de Morel se había congregado en la granja de Munster y puéstose á las órdenes del díscolo Hugo de Clinton numerosa fuerza compuesta de aventureros, bandidos y gente perdida de toda la comarca, quienes después de derrotar á las gentes de justicia y soldados del rey enviados contra ellos, habían puesto sitio al castillo de Monteagudo, habitado por la esposa é hija del barón.

La señora Adelaida está enclavada en la cama por una extraña enfermedad que mina y consume su vida y que, quizás, arrebatará bien pronto al mundo los ejemplos de su santa existencia. He conseguido que me introdujesen en su habitación o, mejor dicho, en la modesta celda que ella misma se ha asignado en el castillo. Estaba acostada, pero vestida, con las manos cruzadas sobre el pecho.

Ahora insultáis al emperador. EL CONDE. ¡Os pido humildemente perdón, duquesa! Espero vuestras órdenes; mi castillo está por completo a vuestra disposición, lo mismo que a la del señor duque. He hecho mal ordenando que se apaguen las luces. En seguida van a encenderlas de nuevo.

Una mujer lamentaba algo peor que la muerte: «¡Mi hija!... ¡Mi pobre hijaSu mirada de odio y de locura denunciaba la tragedia secreta; sus alaridos y lágrimas hacían recordar á la otra madre que gritaba lo mismo en el castillo.