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El pobre Ángel tenía la cabeza hecha un laberinto de fuego y de visiones diabólicas; pero entre todo y sobre todo lo que se revolvía y abrasaba, alzábase flotante y como la esperanza de un celestial consuelo, la imagen de Luz; de Luz, que no estaba, que no podía estar manchada con el fango de aquel lodazal en que había nacido. ¿Qué justicia, qué ley autorizaría la infamia de castigar en un ángel las culpas de una mujer pecadora!

Y como su memoria no era bastante fuerte, y por otra parte el miedo se la obstruía, aquello era un incesante machaqueo. Aún peor si se las tomaba su madrina. Concha era fríamente cruel; no levantaba la mano sino cuando cometía la falta, como una máquina de castigar.

Mas Dios Nuestro Señor que ama tanto á aquella nueva iglesia, no tardó mucho en castigar su hipocresía y lascivia, de suerte que quien supiese el castigo escarmentase, y juntamente tuviese tiempo la miserable é infeliz de pedir á Dios misericordia.

Doña Magdalena, adorada con el velo y despreciada con el rostro descubierto, tiene celos, pues, con razón, de misma, y ofendida del comportamiento de su prometido, resuelve castigar la tibieza de éste y premiar la fogosa pasión del amante. Tal es el argumento de esta comedia, notable por sus muchas y divertidas escenas.

RESUMEN del libro tercero. Comienza el reinado de los reyes Católicos. Condicion de Fernando V. Elogio de la reina Isabel. Primeros inquisidores para castigar á los judíos conversos que judaizaban. Conjuracion de estos en Sevilla. Castigo de muchos. Muerte á fuego dada al tesorero de la catedral de Córdoba, Pedro Fernandez de Alcaudete. Establecimiento de la Inquisicion.

Un año, Urquiola, siendo estudiante del último curso, se había cubierto de gloria sustentando un tema propuesto por los maestros tras larga deliberación. «¿Los Borbones, subiendo al cadalso en Francia, expiaron los atentados de su familia contra la Compañía de Jesús?»... Urquiola sostuvo la afirmación, demostrando que la guillotina había sido un medio indirecto de Dios para castigar á los reyes que osaron expulsar de sus dominios á los jesuítas. ¡Muerte é infierno para los que se atrevían á perseguir á los verdaderos representantes de Jesús!... Su contradictor mantuvo opiniones de dulzura y olvido, objeciones humildes y tímidas, preparadas por los maestros.

¿Pues no me dijiste ayer que era necesario castigar con mano fuerte á ese don Juan y á don Francisco de Quevedo, su cómplice? Ayer estaba mal informado, señor; por las primeras diligencias del proceso resulta que no fueron dos contra uno, sino que por el contrario, don Rodrigo llevaba otro hombre contra don Juan.

Todo el vecindario de Torresalinas se reía a aquellas horas, celebrando el chasco, y aún hubiera reído más, viendo, como yo, la cara que ponía aquella gente al encontrar por todo cargamento unos cuantos bultos de tabaco malo. ¿Y qué pasó después? pregunté al viejo . ¿No castigaron a nadie? ¿A quién? Únicamente podían castigar al pobre Socarrao, que quedó prisionero.

Torno a decir que la sospecha que tengo que algún descuido mío engendró en ti tan desvariados pensamientos es la que más me fatiga, y la que yo más deseo castigar con mis propias manos, porque, castigándome otro verdugo, quizá sería más pública mi culpa; pero, antes que esto haga, quiero matar muriendo, y llevar conmigo quien me acabe de satisfacer el deseo de la venganza que espero y tengo, viendo allá, dondequiera que fuere, la pena que da la justicia desinteresada y que no se dobla al que en términos tan desesperados me ha puesto.

Se dirigió entonces a unas truchas salmonadas, creyéndolas manjar menos principesco y que le dejarían comer; pero la mano invisible vino de nuevo a castigar su atrevimiento, y la voz misteriosa a repetirle: ¡Tate... que es para mi señor el Príncipe!