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Y apareció al fin, después de mucho revolver, la página 98, llena de sellos reales, y entre uno del último duque de Parma reinante y otro de Fernando de Nápoles, hallaron otra casilla en blanco. Arriba decía: Rey de Cerdeña; debajo: Marqués de Sabadell. Dio entonces Jacobo una puñada en el brazo de la butaca, diciendo con voz sorda: ¡Me has perdido!...

El viejo sintió miedo al ver la punta de brasa que la ira encendió en los ojos de Rafael. Acababan de pasar otro puente; entraban de nuevo en la ciudad, y don Andrés en su miseria de viejo malicioso y cobarde, retrocedió como si quisiera ocultarse tras la casilla de los guardias de consumos, librándose de la bofetada que ya veía cortando el aire.

Juana no recordaba muy bien la ocasión en que había manifestado su entusiasmo por Toby, pero, no por esto, dejaba de apreciar el sacrificio que se le hacía. ¡Ah, señora, querida señora! dijo toda confundida . ¿Pero, cómo podré aceptar un animal tan lindo, tan gracioso, tan extraordinario? ¡Pero qué privación! ¡oh Dios mío! ¡y esa casilla tan preciosa!

Adiós, hija mía; alégrate, y piensa en Gaspar. Y sin esperar que le hiciera nuevas preguntas, cogió su palo y salió de la casilla, dirigiéndose hacia la colina de los Abedules, a la izquierda de la aldea. No había pasado un cuarto de hora cuando Hullin la había recorrido y llegaba al sendero de las Tres Fuentes, que rodea el Falkenstein, siguiendo un murillo de piedra en seco.

Los hilos bajan a la casilla del telegrafista, y si se acerca usted oirá un chirrido semejante al de los huevos en aceite: algo así como si el empleado friese los despachos antes de servirlos al público... Y todas esas cajas enormes de cristales deslustrados, esas cúpulas alambradas, son claraboyas que dan luz a salones y escaleras.

El doctor únicamente había sentido el roce de la vida, algún domingo por la tarde, en los chacolines de las afueras ó en la explanada de la Casilla, donde las criadas y los obreros danzaban, al son de orquestas callejeras, los bailes vascongados y de la montaña de Santander. Los demás estaban muertos por el fastidio ó corrompidos por la opresión.

Pero me quedaba todavía el deseo de ir al bosque y llegarme hasta la casilla del guarda; y cuando mi linda camarera me dijo que podía tomar el tren en otra estación, andando cosa de dos leguas a través del bosque, resolví enviar mi equipaje directamente a las señas que había dejado Juan, dar mi paseo y continuar después el viaje a Estrelsau.

Por lo general, y así sucedía en Villalegre, la Casilla estaba en sala relativamente cómoda y espaciosa, detrás de la botica. Allí se leían los periódicos, se fumaba, se charlaba y se jugaba malilla, al tresillo, al truquiflor y al tute, y tal vez al ajedrez, al una a la dominó y a las damas.

La carga de la bebida en su estómago no tuvo poca parte en aquel desaliento horrible, durante el cual vio desfilar ante su mente los treinta años de fracasos que formaban su historia activa... Lo más singular fue que en su tristeza sentía una dulce voz silbándole en el oído: « sirves para algo... no te amontones...». Mas no se convencía, no. «Al que me dijera pensaba , cuál es la judía cosa pa que sirve este piazo de hombre, le querría, si es caso, más que a mi padre». Aquel desventurado era como otros muchos seres que se pasan la mayor parte de la vida fuera de su sitio, rodando, rodando, sin llegar a fijarse en la casilla que su destino les ha marcado.

Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno dellos, y vínose a vivir a la ciudad, y alquiló una casilla, y metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del Comendador de la Magdalena, de manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban, vinieron en conocimiento.