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, señor contestó el palurdo, pero... ¿eso rige todavía? Lea, pues, el curioso las tarifas y pregunte luego: verá como no hay carruajes para muchas de las líneas indicadas: pero no se desconsuele, le dirán la razón. ¡Como los facciosos están por ahí, por allí, y por más allá!

Doña Cristina dió al chauffeur la orden de llegar pronto á Bilbao y el vehículo salió á toda velocidad por entre los tranvías y carruajes que llevaban la gente á Las Arenas. La señora de Sánchez Morueta pensaba en la importancia de la reunión.

Oían aún á sus espaldas las conversaciones de los cocheros ocultos en la revuelta de la calle, las voces de los empleados del club llamando á los carruajes por el nombre de sus dueños, los pataleos de los caballos que sacudían su espera dormitante, los primeros ronquidos de los automóviles al reanudar su funcionamiento.

Las líneas de ómnibus que recorren Paris en todas direcciones pasan de treinta, todas cuentan un crecido número de carruajes y prestan un gran servicio al público ademas de animar la capital con su movimiento y su vida.

La duquesa de Delille también se interesaba por él, y las dos, orgullosas de ser sus «madrinas», lo exhibían en el atrio del Casino, alquilaban carruajes para pasearlo por los lugares más hermosos de la Costa Azul, le regalaban los comestibles mejores y las pastelerías de tiempo de guerra que conseguían encontrar.

Manolo fue más listo, su caballo mejor y el cochero de don Juan se quedó rezagado en un cruce de calles, donde hubo confusión de carros y carruajes. A esta intentona siguieron varios días de buen tiempo en Madrid, y de mal humor en don Juan, porque ni la señora ni la niñera aparecieron por el Retiro ni el Prado.

Cuenta Paris mil y doscientos hoteles de primer órden, y respecto al número de maisons meublées, que nosotros podemos llamar casas de huéspedes, es incalculable. Las diferentes empresas de ómnibus que hay en la capital tienen doce mil carruajes: el número de los coches particulares no tiene cifra.

El camino ascendente hasta Agua Larga es encantador; mi alazán marchaba noblemente, trepando con la seguridad de la mula, pero sin su andar infernal. Serían las cuatro de la tarde cuando llegué a Agua Larga, punto de donde parte una excelente calzada hasta la sabana, transitable aún para carruajes.

Zapatos, pocos, y esos muy estropeados y risueños, abiertos de boca y endeblillos de suela; ropa blanca, reducida a un jirón, porque, ¿quién les pone cosa sana para que luego se revuelquen en la carretera, y se den de mojicones todo el santo día, y se cojan a la zaga de todos los carruajes, gritando: «¡Tralla, tralla!»?

El primer coche de alquiler que hallamos, tiene escrito el número 8.976; el primer ómnibus, de los destinados al tránsito de la ciudad, lleva el número 2.637. Un rumor contínuo de carruajes y de personas nos va circuyendo por todas partes, como si en todas partes existiese el mismo Paris.