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Al ver ahora todas estas carreteras, todas estas escuelas, todos estos muelles y todas estas dársenas, yo tengo la sensación de que alguien está de días y que los amigos y parientes le han llenado la casa de objetos inútiles y aparatosos. ¡Veinte escribanías, una docena de bastones, otra docena de paraguas, quince pitilleras, doscientos cubiertos de plata Meneses!... ¡Con la falta que, a lo mejor, le hace al festejado un gabán de invierno o una mesa de despacho!...

En aquel país ya no había carreteras cubiertas de guijarros, de polvo ó de lodo; ya había dejado la llanura baja, ya estaba en la montaña, que era libre aún. Una vereda trazada por los pasos de cabras y pastores, se separa del sendero más ancho que sigue el fondo del valle, y sube oblicuamente por el costado de las alturas.

Mas arriba no encontrais sino las diligencias y sillas de posta, cuyos conductores de curioso uniforme hacen resonar la voz aguda de sus clarines por carreteras ondulosas que giran al traves de los bosques, ya trepando sobre las altas colinas, ya descendiendo hasta el fondo de las ramblas.

Las riberas son bajas, sin peñascos ni asperezas, descendiendo hasta las ondas en pintorescos planos inclinados. Donde quiera viñas, jardines y verjeles, elegantes casas de campo y pruebas evidentes de actividad, bienestar, esmero y pulcritud; donde quiera bonitos puertos y muelles, establecimientos de baños, vapores, barcas y faluchos, graciosas torres y á lo léjos numerosas y buenas carreteras.

Será un recuerdo de este día, que es el último dijo Raúl dando un suspiro. En efecto, se marchaba al día siguiente. ¡Pero cuánto camino recorrido en aquellos días, en sentido propio y figurado! ¡Cuánto camino por las carreteras de Normandía y en el corazón de Liette! Y es que el amor sincero es comunicativo, y, por primera vez, aquel amante veleidoso estaba sinceramente enamorado.

Por fin realizaba el deseo de acabar sus días en un rincón de la soñolienta catedral española, única esperanza que le sonreía cuando caminaba a pie por las carreteras de Europa, ocultándose del guardia civil o del gendarme, y pasaba las noches en un foso, apelotonado, con la barba en las rodillas, creyendo morir de frío.

Cuando iba á paseo por las carreteras con D. Primitivo ó con el juez, todos los labradores y jornaleros se quitaban la boina ó la montera y decían: «Buenas tardes, D. Marcelino y la compañía». D. Marcelino no veía más que esto; pero los que venían detrás solían ver á los aldeanos quedarse parados un instante con la montera en la mano, mirándole á las espaldas de un modo bastante menos respetuoso que á la cara.

Andrés condujo al aya por senderos cubiertos y dió muchos rodeos para evitar las carreteras. Permanecía silencioso, y sólo hacía alguna advertencia en voz baja, cuando algún paso o algún pozo interceptaba el paso. Después de media hora larga, condujo a la viuda por un camino ancho.

Luego, el nuevo político se va a Madrid y comienza a pedir. Pide muelles, dársenas, puentes, carreteras, grupos escolares, ¡lo que haya! Un día, paseándome por los pasillos del Congreso con un prócer de la política, vimos aparecer a lo lejos la figura de un diputado paisano mío. Vamos a darle esquinazo me dijo el prócer ; porque, en cuanto me descuide, ese hombre me saca un puerto...

El buen anciano, vestido de una sencilla casaca y de un calzón verde, con la cara llena de arrugas y la cabeza calva, escuchaba con los ojos fijos, uniendo las manos y gritando: ¡Dios mío, Dios mío! ¡En qué tiempos vivimos! No se puede andar por las carreteras sin correr el peligro de ser atacado. ¡Esto es peor que las antiguas historias de los suecos! Y el anciano movía la cabeza.