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Mario reconoció en seguida al violinista. Buenas noches, D. Pantaleón... Buenas noches, D.ª Carolina... Buenas noches, Presentacioncita... Buenas noches, señores... ¿Cómo siguen ustedes? ¿Están ustedes bien? La boca del joven artista se dilataba al pronunciar estas palabras con una sonrisa que no dejaba ocioso el más insignificante músculo, la fibra más diminuta de su semblante incoloro.

Estaba convencido en el fondo de su alma de que no conseguiría nada de Carolina. Sin embargo, era tarea dura y difícil ocultar esta convicción a la señora de Ponce, y alentar su sencilla esperanza con aparente optimismo y firmeza.

Unos penetrantes ojos se fijaron vivamente en ella, con una ternura que quizá ella sola era capaz de comprender. Amiga Clara dijo afectando alegría, tranquilízate. El cansancio te ha rendido y la excitación del viaje te ha puesto en un estado lamentable. He visto a Carolina; está buena y hermosa. Por ahora, esto es bastante.

La despedida fue tímida y significativa por parte de Carlota, franca y afectuosa por la de su hermana, propia de una futura hermana política; por la de D.ª Carolina maternal, aunque templada por el respeto que le merecía la autoridad de su marido; y por éste tan cortés, tan suave, tan condescendiente, que Mario se mostró hondamente conmovido, y apenas pudo articular con voz temblorosa algunas palabras de ofrecimiento.

Al día siguiente la tempestad había cesado, y el sol resplandecía vivo y alegre en la sala de estudio, cuando Catalina de Corlear, que tenía su sitio junto a la ventana, llevose patéticamente la mano al corazón y se dejó caer sobre el hombro de su vecina Carolina, simulando un repentino desvanecimiento. Está aquí suspiró.

Los ojos de Carolina comenzaron a parpadear bajo este vivo examen. Con gran esfuerzo reprimió su llanto, contuvo un sollozo y dijo: Papá... papá me trajo de casa miss Simmons... de Sacramento, la semana última. ¡Cómo! Acabas de decir hace tres días replicó aquélla con severidad. Quise decir un mes dijo entonces Carolina, completamente perdida en su confusión e ignorancia.

¿Qué es lo que querrá? preguntó Carolina con curiosidad cada vez más acentuada. Pregúntaselo dijo Catalina en tono despreocupado. Quizá poner en el colegio a sus cinco hijas. Tal vez quiera perfeccionar la educación de su mujer y ponerla en guardia contra nosotras. Pues chica, no parece viejo, y menos casado contestó Adelaida doctrinalmente.

El cariño no puede razonarse, y yo se lo he tomado a ese muchacho. No digo a Presentación solamente: si diez hijas tuviera y Timoteo me las pidiese, las diez le daría sin vacilar un momentoAquella prueba poligámica de simpatía conmovió de tal manera al violinista que se alzó de nuevo agitando el sombrero; pero D.ª Carolina logró hacer que se sentase tirándole de la levita.

¡Oh, si yo me atreviera! Hizo coraje algunos días: al fin se atrevió. ¡Cuánta duda, cuánta vacilación antes que las abrasadoras palabras saliesen de sus labios! Estaba D.ª Carolina subida encima de una silla sujetando un visillo del balcón. Carlota había salido en busca de tijeras.

PICHONES ESTOFADOS CAROLINA. Después de limpios, se coloca en una cacerola todo en crudo, tocino, cebollas, zanahorias, nabos, tomillo, laurel, apio, estragón, tomate, todo muy picado, vino blanco, coñac, caldo, manteca, sal y unos granos de pimienta; encima los pichones, y se cubre la cacerola con un papel y se deja cociendo hasta que están tiernos.