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Todos, grandes y niños, volvemos los ojos hacia la Virgen del Carmen, nuestra madre y nuestra protectora, que marcha lentamente sobre los hombros de las cuatro hermosas zagalas.

La ordenó él, zarandeándola: Cállese usted, doña,... Bruja, y escuche.... Cabe en lo posible que Carmen renuncie la herencia de su padre en favor de usted..., y cabe en lo posible que reclame su legado.... Esto depende de que usted nos deje o no ir en paz.... Y ahora, pronto, un abrigo; no espero ni un minuto más.

Sólo Carmen en aquellas ocasiones, harto frecuentes, fingía comer y luchaba con el temblor de sus manos y con la inseguridad de su voz.

Tenía la devoción de la Virgen profundamente arraigada en el corazón desde la infancia: como apenas había conocido a su madre, buscó por instinto en la de Dios la protección tierna y amorosa que sólo la mujer puede dispensar al niño; había compuesto en honor suyo algunos himnos y plegarias, y no se dormía jamás sin besar devotamente el escapulario del Carmen que llevaba al cuello.

Tampoco fué serio inconveniente para ella cierto murmullo grosero y malicioso que se levantó y corrió por todo Madrid con motivo de la amistad original que entabló con un joven y célebre torero. La inocencia y debilidad de D.ª Carmen tuvo buena parte en ello.

Mas cuando ya pensaba en retirarse se abrió un balcón de la fachada principal y apareció una señorita. ¡Qué rico vestido! ¡qué peinado extraño! ¡qué blanca, qué majestuosa! ¿Quién será?... ¡Virgen sagrada del Carmen! ¡es ella! ¡ella, !... Nolo sintió un frío intenso en el corazón. Las sienes comenzaron á latirle fuertemente y se apoyó en la pared para no caerse.

Pero en fin ... esta niña ... pregunté yo con una rudeza en que había mucho de curiosidad. Carmen no respondió; se cubría el rostro con las manos y sollozaba. ¡Ah! entiendo, señor cura, continué; entiendo: y ya era tiempo, porque la suerte de ese infeliz amante me iba afligiendo de una manera...

Carmen suspiró. Había hablado rápidamente, espiando con recelo la hermosa cabeza dormida de Laura. La luz de la lámpara, a través de la pantalla muy caída, envolvía con su reflejo verde el rostro y los brazos que se enlazaban desnudos a la almohada. ¡Pobre Laura! concluyó Carmen. Aunque tal vez ahora, cuando vuelva José Luis, todo podrá remediarse.

Y es natural había dicho una noche la duquesa de Bara . Curra está ya muy fanée, y Jacobo no es ningún Juanito Velarde que se mantenga con un destinillo de veinte mil reales. Mientras tanto, Leopoldina Pastor entraba en la platea de Carmen Tagle, y besándola en ambas mejillas, decíale al oído: Vengo huida... ¡Mujer!... ¿Quién te persigue?

¿Cómo, cómo? preguntó asustado el clérigo. Pues muy sencillo; ayudando a que se eleve el precio de la mercancía. Recuerde el ejemplo de Carmen la zapatillera...