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Pues bien, una mañana se paseaba Doña María de la Paz por aquellas alamedas del aseo, cuando entró Doña María Salomé, y dándole una carta que acababan de traer a la casa, le dijo: Otra carta para el Sr. D. Carlos. Viene con sobre a ti; pero es para él. Mira las tres cruces. La letra parece del Sr. D. Felicísimo.

Entre los concurrentes que á ese acto asistieron vimos á los siguientes: Jefes y Oficiales Mayor General José de Jesús Monteagudo. Brigadier Pablo Mendieta Montefur. Coronel José Martí y Zayas Bazán. " Francisco de P. Valiente y Portuondo. " Carlos de Rojas y Cruzet. " Carlos Machado y Morales. Tte. Coronel José N. Guerrero y Dueñas. " José Pereda y Gálvez. " Bartolomé Masó y Martí.

D. Carlos V. en esto ha proveido Por su Gobernador y Adelantado, A Cabeza de Vaca, que ha salido De allá de la Florida, donde ha estado Cautivo de los indios, y metido La tierra adentro

Es de recordar que decía Brantome al Rey Carlos IX: «Si les rois, vos prédécesseurs, enssent fait cas de la marine comme de la terre, vous auriez pent-être encore Gênes, l'Etat de Milan et le royaume de Naples. L'Espagnol les a conservés plutôt par les moyens de la mer que de la terre

A la muerte de sus padres quedó don Carlos muy niño, y nominalmente heredero de una fortuna, muy mermada y comprometida, que en manos de tutores y albaceas, perseguida por acreedores y legatarios, y tamizada por leguleyos y abogados, se volvió sal y agua en menos de diez años.

Maestros de curar lamparones y quebraduras fueron Carlos de Villafranca y Pedro Rodríguez, los cuales obligáronse á curar á Francisca, criada de Nicolás Durango, por escritura de Miércoles 12 de Agosto de 1489 .

Después de vagar pidiendo, por no perder la costumbre, fueron a la calle de San Carlos, y subió Benina a ver a Juliana, que allí le tenía su ropa, y se la dio en un lío, diciéndole que mientras gestionaban para que fuese recogida en la Misericordia, se albergara en cualquier casa barata, con o sin el hombre, aunque mejor le estaba, para su decoro, dejarse de compañía y tratos tan indecentes.

Sabe que no tiene más que amigos en el ejército y que puede contar con nosotros en todas las ocasiones... Ni el uno ni los otros hicieron la menor alusión a la ausencia de Carlos a la cita dada. Y continuó el desfile...

Vió á don Carlos, que, montado ya en el caballo, apuntaba con su revólver á Piola.

El hacha británica que degolló á María Stuardo y Cárlos I, no destruyó ni el fanatismo católico representado por la una, ni el espíritu de opresion encarnado en el otro. Ahí está la historia probando la inutilidad de esas violencias regias ó populares.