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Pero ¿cómo ha logrado usted...? dijo el marquesito. De un modo muy sencillo. Empecé aproximándome con cautela, cada día un poco más. ¿Sin careta? Sin careta ni guantes. Me fui acercando poco a poco. Dos o tres veces me picó alguna, pero lo sufrí con resignación. No les hacía ningún daño y al cabo logré convencerlas de que nada debían temer de .

En efecto, cuando sintió caliente la cabeza más de la cuenta el espíritu maligno, se apresuró a arrancarse la peluca, y la careta, quedando al descubierto el rostro de Levita, donde se pintaba el terror. ¡Levita! gritó el público alborozado. El granuja que tenía este apodo, privado de sus atributos infernales, confuso y avergonzado, se retiró de la escena. Al poco rato empezó a arder otra peluca.

En aquella sazón mi paraguas ocupaba una de las más altas posiciones de Madrid: se encontraba en un piso tercero, con entresuelo y primero. Arranquémosle la careta: era un piso quinto. Las escaleras me fatigan casi tanto como los dramas históricos: a veces prefiero escuchar una producción de Catalina o Sánchez de Castro, con reyes visigodos y todo, a subir a un cuarto segundo.

Póngase este peto y tome esta careta; aquí tiene una manopla parecida a la que usará usted sobre el terreno; coloque su brazo en tal forma que su espada sea como una prolongación de su antebrazo. ¡Esté así, inmóvil! ¡No deje que su hoja se separe de la línea...! Usted tiene un brazo bastante sólido y no debe hacer mas que recobrar inmediatamente su posición.

La ballena, ó sea la gran mujer de los mares, á pesar de su ternura vese compelida á hacer depender todos sus actos de su lucha con las olas. Por otra parte, el organismo es idéntico bajo esa extraña careta: igual forma, la misma sensibilidad. Pez encima, mujer debajo. Es la ballena animal extremadamente tímido.

Fray Luis, acostumbrado á la lucha consigo mismo, tuvo suficiente poder para dominarse, para apagar su mirada, para contener el estremecimiento de sus músculos; se había puesto la careta, y al través de ella miró ya, sin temor de que su alma fuese sorprendida, á la reina. Y al verla con más reflexión, dominado, sereno, fray Luis se estremeció.

Pasáronle por la mente ideas extrañas; la mancha del pecado era tal, que aun a la misma inocencia extendía su sombra; y el maldito se reía detrás de su infernal careta, gozoso de ver que todos se ocupaban de él, aunque fuera para escarnecerle. Nicarona dejó sus pinturas para correr detrás de los bergantes y de la zancuda, que también debía de tener alguna parte en aquel desaguisado.

Y el joven repetía casi a gritos su frase, llamando la atención de las personas que pasaban cerca. La generala reía a carcajadas y hallaba cada vez más divertida a su máscara; aparentando juzgarlo todo pura broma, dudaba en el fondo que no fuese verdad y sentía dulcemente acariciada su vanidad. ¿Eres tan feo que no te atreves a decirme que me adoras, sin careta?

El conde arrojó el cigarro sin acabar con una cólera mezclada de despecho. El amor propio, más vivaz que el amor, hacíale sentir su aguijón. ¿Se habría burlado de él? ¿Se le habría impuesto por una falsa dignidad y un pudor afectado, hasta el punto de obligarle a ofrecerle su nombre, siendo acaso indigna de él, y conservando la careta hasta el fin para robarle su estima y su respeto?

Allí estaba él, reluciente, armado de aquella pechera blanquísima y tersa, la envidia de las envidias de Trabuco. En aquel momento don Juan Tenorio arrancaba la careta del rostro de su venerable padre; Ana tuvo que mirar entonces a la escena, porque la inaudita demasía de don Juan había producido buen efecto en el público del paraíso que aplaudía entusiasmado.