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Parece que una de las razones que alegó Gravina fue el mal tiempo, y mirando el barómetro de la cámara, dijo: «¿No ven ustedes que el barómetro anuncia mal tiempo? ¿No ven ustedes cómo baja?». Entonces Villeneuve dijo secamente: «Lo que baja aquí es el valor». Al oír este insulto, Gravina se levantó ciego de ira y echó en cara al francés su cobarde comportamiento en el cabo de Finisterre.

Algo que llevaba yo bien a la vista en mi actitud, y, sobre todo, en mi cara, debió de darla a entender hacia qué lado me inclinaba en el asunto que tanto me había recomendado ella, porque no insistió en la pregunta y se despidió de muy afectuosa.

La señora Hellinger, al contrario, asumió su aspecto áspero y refunfuñó algo como: «modales de fumaderoCuando el doctor vio la tranquila mesa del desayuno y a sus amigos que, con la cara de todos los días, lo miraban con estupor, se dejó caer en una silla con un suspiro de alivio. ¡Así, pues, la terrible cosa no se había realizado!

Aquella trae ya cara de presidenta, Pepe dijo. ¿Quién?... La Currita, Pepe... ¡Te lo dije!...

Reuní todo mi valor, y con la cara oculta en su cuello, le dije en un sollozo: Marta, quiero ayudarte. Siguió un largo silencio, y cuando alcé los ojos, vi vagar por sus labios una sonrisa indeciblemente amarga y triste. Entonces me tomó la cabeza entre sus manos, me besó en la frente y me dijo: Ven, voy a acostarte, querida. Yo nada tengo, pero , me parece que tienes fiebre.

Era nervudo, cuadrado, velloso como una fiera, la cara cobriza, con rudas protuberancias y profundos surcos, los ojos sanguinolentos y la nariz aplastada, granujienta, veteada de azul, con manojos de cerdas que asomaban como tentáculos de un erizo que dentro de su cráneo ocupase el lugar del cerebro. A nada concedía respeto.

Los dos hombres rápidamente me bajaron por la rampa del muelle y me tumbaron a proa en la cubierta de un barco. A popa había un hombre envuelto en un sudeste, a quien no se le veía la cara. A pesar de esto, le conocí. Era Machín. Me había llevado a su goleta. ¿Con qué objeto? Sin duda quería jugarme una mala pasada.

En el de la otra buhardilla le esperaba la mujer del Tuerto, con los párpados hechos ascuas, las greñas sobre los ojos, la cara embadurnada con la pringue de las manos disuelta en lágrimas, en mangas de camisa, desceñido el refajo y medio descubierto el enjuto seno.

Luschía, el jefe, era uno de los tenientes del Cura y además capitaneaba su guardia negra. Sin duda, gozaba de la confianza del cabecilla. Era alto, huesudo, de nariz fenomenal, enjuto y seco. Tenía Luschía una cara que siempre daba la impresión de verla de perfil, y la nuez puntiaguda. Parecía buena persona hasta cierto punto, insinuante y jovial.

Recordaba vagamente al Barrabás, de haberle visto merodear por las Carolinas con una banda de golfos. ¡Pobrecillo! Tenía cara de bueno: le habrían perdido las malas compañías. Isidro entró en la cárcel, siguiendo al empleado que el director le dio por guía.